Acabamos de consumir el
primer mes del 2018, por tanto es conveniente echar la vista atrás y analizar
cómo fue el año anterior desde el punto de vista económico. A pesar de no
contar con la totalidad de los datos, sí podemos realizar una radiografía
bastante exacta. Funcas, institución
de carácter privado que recoge datos económicos, ha publicado recientemente un
informe donde aglutina todas las previsiones que se hicieron para nuestra
economía y prácticamente han sido superadas en todos los indicadores. Este es
el primer hecho que nos da motivos para un cierto optimismo. Si en año 2016 la
previsión del PIB era de un 2,4 %– para
2017– la realidad es que este principal indicador de la economía subió hasta el
3,1 %. Si ahondamos en los dos elementos que sustentan el PIB, el crecimiento entre la estimación y la realidad también se ha
producido. Si para la demanda nacional
era de 2,2 %, esta se situó en 2,5 % y si para la aportación del sector exterior era de un 0,2%, al
final terminamos en un 0,6 %. Análogamente igual podríamos seguir con más
indicadores.
¿Por qué es importante
superar las previsiones? Con esta
pregunta estamos dando por hecho una realidad, que es importante, y el porqué
de la pregunta se contesta con la palabra confianza. El Gobierno puede utilizar
para futuras previsiones que no le convengan esta bala en la recámara (“las
anteriores estimaciones también fueron a la baja”) pero, dejando de lado
argumentos discursivos, también la confianza puede entenderse como una mayor
fortaleza para, entre otros asuntos, una renegociación de la deuda o una mejor
financiación –a nivel macroeconómico– y un aumento del gasto de los
ciudadanos, a nivel micro. Quédense con este lema: “La confianza es la base de
la economía”. El ejemplo más claro son las fluctuaciones en la prima de riesgo.
Una vez visto los aumentos
entre las previsiones y la realidad, a falta de pocos datos económicos,
analicemos cómo ha sido el pasado año. El indicador económico por antonomasia
es el Producto Interior Bruto, que
–como ya he comentado– se situó en el 3,1 %, cifra que coincide con el último
trimestre de dicho año. Si buceamos en el interior de la demanda nacional, observamos que el único indicador que descendió es
el de consumo de los hogares; en
2016 fue de un 3 % (con un aumento de un 2,6 % con respecto al año anterior) mientras
que el del año pasado descendió seis puntos porcentuales. ¿Preocupante? No del
todo, por dos motivos principales: todos los demás indicadores apuntan en otra
dirección y hay cifras más bajas, e incluso negativas, durante la crisis; pero
es sintomático de algo. Una explicación, que no puede verse reflejada en este
dato, es el ahorro, ese gran olvidado. Muchas familias han estado viviendo al
día durante los años más duros de la crisis y no han podido ahorrar todo lo que
hubieran deseado. Con una mejor situación económica, el ahorro puede aumentar
aunque el gasto pueda influir en un menor ahorro.
Otro dato relevante dentro de la demanda nacional es la formación bruta de capital fijo,
bienes
duraderos que las empresas adquieren o construyen vistas a un año para
incrementar sus activos fijos. Su evolución con respecto al año anterior ha
aumentado más de un 1 % en términos globales y en la construcción (actividad más golpeada en la crisis) prácticamente el doble. Esto se traduce en que el
sector de la construcción ha salido del hoyo y vuelve a cifras anteriores de la
existencia de problemas económicos (recuerdo que en el año 2012 este indicador
era de un 9,7 % negativo). Buena noticia siempre y cuando España no vuelva a
apostar todo su patrimonio al ladrillo.
El segundo elemento del PIB, el saldo exterior, también superó con creces al del año 2016. Las exportaciones, en su conjunto, subieron
4 décimas porcentuales (de 4,8 % a 5,2 %) y las de mercancías cinco puntos; de
igual manera que las importaciones,
cuya subida fue de un punto porcentual a nivel global (de 2,7 % a 3,7 %) y de
más de dos puntos y medio en el volumen de bienes de capital (de un 4,1 % a un
6,8 %). Ambos datos indican que el sector exterior español estuvo saneado. En
resumen, la demanda nacional
(lastrada únicamente por el consumo de los hogares) y el saldo exterior permitieron que el crecimiento español se situara,
en el año 2017, una décima por encima del 3 %. El único inconveniente que podemos poner
al sector exterior del ejercicio anterior es la caída en la variación
interanual de la balanza de pagos de
bienes y servicios; es decir, la diferencia entre la exportación y la
importación de las correspondientes balanzas comercial y de servicios ha sido
menor. ¿Preocupante? Si la tendencia no continúa, no.
En cualquier análisis de
coyuntura económica, estudio detallado de un momento específico de la sociedad, es
fundamental poner el ojo en el ente superior al país en cuestión, en este caso
la Unión Europa. El primer indicador a analizar es la Aportación española a la M3 Eurozona, que en román paladino
significa el dinero en circulación más todo tipo de depósitos. Las variaciones
de este dato deben cruzarse con el PIB.
En el año 2017 ambos índices descendieron, por lo tanto no podemos sacar
conclusiones certeras (pero sí podemos decir que no existió ni inflación
desmesurada, ni problemas de liquidez). La bajada de tipo de interés al 0 % y el Euribor,
indicador de referencia de la mayoría de las hipotecas, permiten –en
la teoría– que los bancos puedan ofrecer mayor liquidez; puesto que el tipo de
interés al que las entidades financieras prestan su dinero es menor. Es cierto
que el Euribor se mantuvo por encima
que el del año anterior pero al estar por debajo del 0 % no es preocupante. Dos
conclusiones: las políticas expansivas marcadas por el BCE han sido
beneficiosas y la tendencia indica que este año pagaremos menos por nuestra
hipoteca.
Otro dato enormemente
positivo es el aumento exponencial de los nuevos créditos a empresas y familias (de 13 puntos negativos en 2016 a un
5,5 positivo). Para saber si es un espejismo o no, debemos esperar al presente
año (aunque el periodo pasado ya volvimos a nieves previos a la crisis). Esta cifra
esperanzadora guarda una estrecha relación con la de la formación bruta de capital fijo (ambas in crescendo).
El único, pero a la vez gran,
problema de la economía española es su deuda,
no porque haya aumentado mínimamente con respecto al 2016 sino porque en
noviembre fue del 98,44 % del PIB.
Es cierto que la situación actual es de notable, después de la subida de la
agencia de calificación de la deuda Fitch,
pero niveles tan elevados lastran a un país. ¿Soluciones? No seguir aumentando
el gasto –o mejor dicho, reducirlo– que genera déficit y que en última
instancia se traduce en deuda, con sus respectivos intereses. Precisamente el
objetivo de la `malvada´ ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera, promovida
por Cristóbal Montoro, es el equilibrio
de las cuentas –pero luego todo los políticos quieren apuntarse el tanto–. No obstante, no olvidemos que más de un 70 % de la deuda viene
de la administración central.
Los datos anteriores pueden ser cruzados con los que
nos ofrece el apartado específico del sector público, que nos muestra una cara
algo más positiva. El déficit del
Estado en 2017 se redujo con respecto al del año anterior y por tanto, la variación
interanual subió más de 5 puntos porcentuales. Por último, el saldo total de
las administraciones públicas también disminuyó. Todo nos indica que vamos por el
camino correcto.
Otro bloque del análisis de
coyuntura son los indicadores de actividad y demanda, donde observamos dos
categorías muy diferenciadas. En la primera se aprecia una subida muy
importante del Índice de Producción
Industrial, que mide la evolución mensual de la actividad productiva,
llegando en noviembre del pasado año a prácticamente triplicar el dato del año
2016; es decir, que industrias como las extractivas, manufactureras, de
producción y distribución de energía eléctrica, agua y gas volvieron a niveles
previos a la crisis (como recordatorio, este indicador llegó a marcar 6,7 puntos
negativos en 2012).
Dentro del bloque de cifras positivas encontramos las del consumo
de energía (que en el último mes de 2017 quintuplicó el total del 2016). La
compraventa de viviendas, un
indicador significativo del poder adquisitivo de la población, en octubre de
2017 superó 10 puntos porcentuales al total del año pasado. Probablemente, no
exista un precedente histórico de la subida de los visados –indicador de la construcción adelantado seis meses–, que en 2017 fue de un 24,5 %,
4 puntos porcentuales más que el año anterior. Pero si nos fijamos en octubre
del 2017 esta cifra se dispara hasta un 53,9 %. Por indicar un mes trágico, en la
primavera de 2008 este indicador marcaba -67,3 (sí, han leído bien). Al ser un
indicador adelantado puedo afirmar, de nuevo, que la construcción está cerca de
volver a sus mejores tiempos y va en consonancia con la creación de puestos
directos e indirectos.
Otros indicadores de la
actividad y demanda muestran una cara más negativa de nuestra economía, aunque
no del todo preocupante. Las pernoctaciones
en los hoteles ralentizaron su subida hasta un 2,7 por ciento; es decir,
que se sitúa 4,7 puntos porcentuales por debajo de la tasa de crecimiento del
7,4 % registrada en 2016. La explicación la encontramos en dos meses
específicamente malos, febrero y marzo, pero sin contar esta salvedad, las
variaciones mensuales con respecto a 2016 son positivas. Además, no podemos
olvidar que cada vez existen más posibilidades y a un menor precio para pasar
una noche, pese a los intentos de determinados gobiernos de usar la prohibición
como forma de gobernar.
El comienzo de 2017 para el
indicador de ventas al por menor fue
malo y los tres primeros meses –con cifras negativas– lastraron los trimestres
consecutivos, lo que explica una caída de más de dos puntos. Aunque observando
la serie histórica podemos afirmar que es un hecho coyuntural y que el comercio
minorista no corre peligro en el presente año, como sí ocurrió en 2012 donde el
dato fue del -7,4 %. Las matriculaciones
anuales en 2017 descendieron tres puntos porcentuales, disminución ridícula si
tenemos en cuenta que el Gobierno suprimió el Plan PIVE en 2016. En este punto
debemos hacer una reflexión: ¿ha sido una tragedia que el estado no estimulara con dinero público la compra de vehículos? La respuesta es no. Bien es cierto que fue una medida
muy positiva que sirvió para retirar de la circulación los coches antiguos. Pero
sabíamos que era una medida con fecha de caducidad (pese a que todos los años
existiera la incertidumbre de si habría o no una prórroga).
El último indicador de este
grupo se mantuvo en negativo pero poco a poco fue remontando con el paso de los
trimestres. El nivel de confianza del
consumidor creció 4 puntos porcentuales, aunque se situara en terreno
negativo. No tengo que recordar datos de 2012 donde este indicador se hundía
más de 30 puntos. Si el consumidor tiene confianza aumenta el gasto y ayuda a
reactivar la economía.
Las categorías anteriores
del análisis de coyuntura podrían parecer algo abstractas pero empleo, paro,
precios y salarios seguro que no lo son. ¿Fue 2017 un buen año para el empleo?
La respuesta es neutra con cierto tono afirmativo (por la bajada de más de dos
puntos de la tasa de paro) aunque no
mucho mejor que 2016. Los ocupados a
tiempo completo descendieron dos décimas porcentuales (de 3,0 % a 2,8 %). Los ocupados, según la Encuesta de
Población Activa (EPA), lo hicieron una
décima –aunque varios meses superaron el total del 2016–. Por último, la población activa (cantidad de
personas que se han integrado al mercado de trabajo) continuó en términos
negativos. Estas cifras nos muestran un mercado de trabajo plano que todavía
tiene lastres de la crisis y que solo remontará de verdad cambiando el modelo
productivo; es decir, con la inclusión de mejoras tecnológicas– que a corto
plazo pueden destruir puestos de trabajo– pero que a un medio y largo plaza
crearán nuevos empleos, con una mayor cualificación y por tanto mayor salario.
Otro de los problemas del
mercado laboral español es la competitividad
y la productividad. El balance en
ambos indicadores es negativo. Un país que no es competitivo tiene un serio
problema. Durante la crisis hemos intentado ser más competitivos bajando
salarios y no ha sido una fórmula eficaz. Obviamente, al tener una moneda común
es imposible bajar su valor, como sí podíamos hacer antaño. De nuevo, la
respuesta es aportar un valor añadido y la clave puede estar en la tecnología.
En este punto también podemos incluir la marca España, que de forma conjunta es
francamente positiva y jugosa en el exterior pero que a nivel minorista no se
sabe exprimir del todo y algunos (como ocurre en el sector vinícola y oleícola) están más
preocupados de ganar más que los demás, olvidando un crecimiento conjunto. No
obstante, para este último sector precisamente, fue un 2017 muy rentable
económicamente.
Una de las grandes falacias
a la hora de abordar el mercado de trabajo es no tener en cuenta el coste laboral por trabajador; es decir,
cuánto le cuesta a un empleador realizar un contrato a una persona. Algunos únicamente
se quedan en el salario mínimo interprofesional. No obstante, con todos los componentes sí
podemos decir que la recuperación se olvida de los salarios. Este año ya hemos
conocido un incremento salarial (con condiciones). Noticia sin duda positiva,
aunque hay que tener en cuenta que a corto plazo una subida de salarios se
traduce en una posible pérdida de puestos de trabajo, al ser las pequeñas y medianas empresas, las que sostienen, en mayor parte, la economía española.
Otro dato negativo para
nuestra economía, y guarda una estrecha relación con la productividad, es que a un empresario español le cuesta 6 veces más
contratar a un empleado que la media de la eurozona; y repito que la bajada de
salarios puede funcionar un tiempo pero ni mucho menos es un medida sostenible
en el tiempo; no porque sea injusta, que también, sino porque a la larga se
traduce en que los productos sean de menor calidad y por tanto, también perderíamos
competitividad.
Otro indicador importante
relacionado con la productividad es
el deflactor del PIB. Su objetivo es
medir la evolución de los precios teniendo en cuenta todos los bienes y
servicios producidos en una economía; por lo tanto es un indicador más preciso
que, por ejemplo, el IPC. Aunque los
datos del Índice de Precios al Consumo
y del subyacente recogieron una
subida importante en el caso del primero (del -0,2 % al 2 %) y en lo relativo
al IPC subyacente –medidor de
inflación que no recoge ni los productos energéticos ni los alimenticios sin
elaborar– la subida fue mínima, tan solo de 0,3 décimas porcentuales. En un
primer análisis una subida de precios es negativa, pero el incremento de los productos
también es sintomático de una economía que crece. Aunque lo ideal es que los
salarios lo hicieran en la misma proporción. No podemos dejar de mirar cómo se comportaron
las subidas de los precios en nuestro país en comparación con la Unión Europea, IPC armonizado. La dinámica fue
similar que en España, existió una subida importante de más de un punto con
respecto al año anterior (de un -0,6 % en 2016 a un 0,5 % en 2017).
La variación anual del coste laboral unitario se situó el año
pasado en el –0,2 %, siete décimas por debajo del deflactor implícito del PIB
(0,3 %). Por lo tanto, los salarios –lejos de contribuir al aumento de la
inflación– la redujeron. Si realizamos una comparación con el PIB, durante el 2017, el avance por trabajador ocupado fue alrededor del 1 %, que coincide prácticamente con el deflactor de la producción.
Todos estos datos nos
muestran fríamente una radiografía de cómo ha sido la economía en 2017. Utilizo
el adjetivo frío porque no es posible conocer otras causas que no sean las de
causalidad económica; es decir, que el factor político no tiene cabida. Por lo
tanto, es importante contextualizar las cifras en la línea temporal. Todos los organismos
estatales y supranacionales coinciden que el principal riesgo para la economía,
de forma concreta, pero también para nuestro país es la, todavía, incertidumbre
de la política catalana. Los independentistas aparte de socavar la convivencia
en Cataluña, el autogobierno y su economía autonómica, también han dinamitado
las previsiones de crecimiento para España. La aplicación del artículo 155 ha
servido para relajar las incertidumbres y frenar la sangría de empresas que
huían, como Puigdemont, de la comunidad catalana. Pero costará mucho trabajo
restablecer la situación para volver a la normalidad típica de cualquier región.
¡Estad alerta! Todos los
lugares están plagados de agoreros económicos que de forma interesada hacen
predicciones y valoraciones sin ninguna lógica. Es aún más preocupante cuando
las afirmaciones las realizan sacrosantos economistas. No soy economista ni
pretendo disputar sus competencias pero desde el periodismo debemos explicar los
conceptos para que, como decían en la facultad, “hasta nuestra abuela lo
entienda”. Ese ha sido el objetivo de esta publicación.
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