Cada cierto tiempo acudimos
a la peluquería para cambiar nuestro look.
Pero seamos sinceros, cuando salimos del establecimiento no solemos estar conformes con el resultado. Si quieren un peinado innovador, trasgresor y
alejado de todo convencionalismo, visiten la sala Lola Membrives del Teatro
Lara. Pidan cita con antelación.
El texto propuesto por Juanma Pina en Lavar, marcar y
enterrar me apasiona por su originalidad. Este tipo de comedia
contemporánea es difícil de encuadrar en un único subgénero teatral, aunque los
rasgos del teatro del absurdo son evidentes. En la representación, observamos transformaciones repentinas de los personajes –nada más empezar la función una voz en off afirma “Nada es lo que
parece”– una intensificación progresiva de la situación inicial y un énfasis
rítmico para crear una sensación de final. La comedia parte de una base costumbrista (con rasgos de "de
carácter" y "de intriga") y posee retazos realistas (conseguir
el efecto dramático sin perder la sensación de naturalidad).
La productora de la obra
define L.M.E (Lavar, marcar y enterrar) como “Una comedia de balas, calaveras y
pelucas” donde cada palabra tiene su explicación en la representación teatral. Juanma Pina nos invita a conocer “Cortacabeza”, una particular peluquería situada en
el barrio madrileño de Malasaña. La orgullosa dueña, Gabriela, y su peculiar empleado, Fernando, serán víctimas de un curioso secuestro a manos de
frustrados aspirantes a Policía Nacional (Lucas
y Verónica). Estos ladrones de poca
monta creen tener un plan infalible para hacerse con el botín, aunque no saben
que será la propia peluquería, y su maldición, la que les termine secuestrando
a ellos. Entre lavado y peinado los protagonistas experimentarán sucesos
extraños y desvelarán historias ocultas que parecían haber enterrado.
Estamos acostumbrados, cada
cierto tiempo, a ver en el cine una comedia de estas características: un
secuestro que termina siendo de todo, menos secuestro y una sucesión de escenas
cómicas donde el espectador va conociendo la vida de los personajes. Sin embargo, no es común observar una historia de estas características sobre los
escenarios. La productora Montgomery es
experta en mezclar el mundo de la peluquería y el teatro (en años anteriores
presentó obras como No hay mejor defensa
que un buen tinte o Rulos, ambas
pertenecientes a la “Trilogía capilar sobre el secuestro”).
La estructura básica de
cualquier narración es introducción, nudo y desenlace. En L.M.E observo una cierta desproporción de los conceptos anteriores,
a pesar de que en el teatro de lo absurdo estas categorías no tienen una validez
plena. Al empezar la representación, una voz
en off nos advierte de que en los próximos minutos vamos a ser víctimas de
un secuestro. Hubiera sido más interesante que el público, únicamente con los
datos del programa de mano, fuera descubriendo su papel en la obra.
El grueso de la función está
cargado de cambios repentinos en la trama y de diálogos con mucho humor pero
que, en ocasiones, dejan detalles sin pulir. El uso por parte del director de
la analepsis o Flashback (alteración
de la secuencia cronológica de la historia, conectando momentos distintos y
trasladando la acción al pasado) es muy acertado; dota al relato de
mentalidades distintas y desahoga la trama principal (dos raptores de
pacotilla entran en una peligrosa peluquería). El final va a acorde con el
teatro de lo absurdo, directo y brusco. Además, los actores escenifican con un
baile lo que en una película correspondería a los créditos.
Un elemento muy positivo de
esta obra es que –a diferencia de todas las demás– no empieza en el interior
del teatro. En la fila para entrar a la sala Lola Membrives, los personajes –ataviados
con pelucas y uniformes de peluqueros– reciben a los espectadores. Este pequeño
detalle puede parecer intrascendente, pero le doy gran importancia porque el
público va al teatro a vivir sensaciones y esta es una de las mejores formas de
experimentarlas desde el inicio. De igual forma sucede con la ruptura de la cuarta
pared, con la participación activa del público y con la conversación, en forma
de improvisación, de una de las actrices.
Los actores en conjunto
interpretan sus textos con convicción y saben transmitir las características de
los diferentes personajes a los que dan vida. Todos ellos también dominan la
comunicación no verbal. A lo largo de los 75 minutos deleitan al público con una
gestualidad muy trabajada –en el momento de recitar su texto y cuando no son
ellos los interpelados– y miran a los ojos del espectador, lo que provoca una
sensación de individualidad con complicidad.
El público conocía, y
aplaudía, la faceta imitadora de Olga
Hueso y en esta obra también descubrirá la solvencia en escenas dramáticas. La
actriz da vida a Gabriela, dueña de
la peluquería con un pasado tan oscuro y profundo como su sótano. Hueso, que lleva el peso de la obra,
también aporta templanza y serenidad. Mario
Alberto Díez es un rostro conocido de las series españoles y precisamente
su personaje Fernando es un adicto a
las mismas. Me ha sorprendido la facilidad con la que este actor hacer reír al
espectador dando vida a un personaje paranoico con problemas gástricos y
ataques de sincerad. El joven, pero curtido actor Juan Caballero representa a uno de los secuestradores que parece
llevar las riendas del plan, pero que a medida que la obra avanza irá descubriendo su
verdadera idiosincrasia. Caballero aporta
a Lucas una candidez, al principio
oculta. Por último, la periodista y actriz Rebeca
Plaza aporta la contundencia e inteligencia a su personaje Verónica, que será quién dirija este
particular secuestro
La escenografía en Lavar, marcar y enterrar hace que
realmente el espectador sea un cliente más de la peluquería. Los juegos de
luces y sonidos ayudan a la dinamización de la obra. La música y melodías
empleadas también son oportunas y están bien seleccionadas. Otro detalle positivo de
esta obra está en la indumentaria psicodélica de los actores. A pesar de ser un
vestuario simple, las manchas en las camisetas de los secuestradores o el crucifico de Fernando, indican un cuidado minucioso en los pequeños detalles.
¿Solo vamos a la peluquería
a arreglar nuestro pelo? Negativo. Entre peinado y peinado contamos nuestra
vida, como las discusiones de pareja o planes futuros. Esto mismo es lo que hacen
los personajes en la función, lo que dota a la obra de un trasfondo psicológico
y humano sin hacer perder la sonrisa al espectador.
En Lavar, marcar y enterrar serás cómplice
de un secuestro mientras ríes, y todo sin despeinarte un pelo.
Autor y director: Juanma Pina
Reparto: Olga Hueso, Mario Alberto Díez, Juan Caballero y Rebeca Plaza
Lugar: Teatro Lara (Calle Corredera Baja de San Pablo, 15, 28004 Madrid)
Contacto: https://www.teatrolara.com/programacion/lavar-marcar-y-enterrar/
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