Uno de los dones más
sagrados del ser humano es la libertad, en sus múltiples manifestaciones. La
ausencia de alguna de ellas despojaría al individuo de su identidad y lo
convertiría en un ser inerte, sin vida. En el mundo actual la presencia de
dictaduras es menor pero sí existen ideologías cercanas al pensamiento
autoritario, en definitiva el pensamiento único, y comportamientos que pueden
hacernos recordar la sociedad orwelliana. Si quieren ser testigos de la vida
sin libertad, sin humanidad y sin expresión propia deben visitar el Teatro
Galileo.
La obra que nos ocupa,
escrita por el periodista británico George
Orwell, es un clásico de la literatura universal y desde mi óptica, la
mejor novela de ciencia ficción. Podemos tomar prestada la categoría literaria
de ficción distópica y trasladarla al mundo del teatro. En ella describe a una
sociedad dominada por un ente supremo, el Hermano Mayor, donde reina la pobreza,
el estado policial, el culto a la personalidad y la ausencia de libertades.
Estos son los ingredientes de una función apocalíptica, aderezada con escenas
de tortura, y única en la cartelera actual, pues no existe otra representación
en español del texto de Orwell.
Los directores de esta adaptación
nos invitan a viajar al último cuarto del siglo XX y contemplar un mundo dominado
por el control del Partido y tutelado por el Hermano Mayor. Entre los
ciudadanos destaca Winston Smith (Alberto Berzal) un empleado del Ministerio
de la Verdad obligado a reescribir la historia. Un día, mientras almuerza con
sus camaradas Syme y Parsons (José Luis Santar) conoce a una joven
trabajadora del Departamento de Novela, Julia
(Cristina Arranz). Desde ese
instante, comienzan una historia de amor clandestino y una lucha incansable por
derrocar el sistema en el que viven. En su camino conocerán a O´Brien (Luis Rallo), un miembro del Partido Interior, con oscuras
intenciones, que decidirá el final de los protagonistas.
Javier
Sánchez-Collado y Carlos
Martínez-Abarca, especialistas curtidos en el teatro, son los responsables
de esta adaptación sobresaliente. Solo la osadía de llevar a los escenarios esta
obra culmen es ya digno de encomio. Quien haya leído la novela apreciará que
prácticamente están representadas todas las escenas recogidas en el libro. Esta
fidelidad al texto original puede jugar en su contra por una excesiva duración
que propicia que al final de la representación, momento cénit, el espectador
muestre síntomas de cansancio. Una de las complejidades de la adaptación son
las escenas de violencia y sufrimiento extremo que son resueltas de forma rotunda
y categórica.
Nada más pisar la sala del
Teatro Galileo observamos que los actores ya están representado su papel con
movimientos autómatas como si estuvieran dirigidos por una máquina. Considero
un acierto que el protagonista de la obra describa los personajes y sus rasgos
más característicos aunque el comienzo se haga un poco lento. Quienes acudan a
ver esta representación disfrutarán, además de las enseñanzas de los textos, de
la actuación colosal de estos actores, a los que no puedo poner ninguna pega. No
solo interpretan a los personajes sino absorben sus rasgos alienados, sus
pensamientos frenopáticos y les dan vida de forma literal durante 120 minutos. Todo
el reparto protagoniza una escena magistral –llena de sobresalto, gritos y
desconcierto– que realmente me infundió el terror que transmitían.
El centro de atención, y de
los aplausos, del público está depositado en Alberto Berzal, que hace de Winston
Smith, un hombre reflexivo y metódico que trabaja falseando las noticias en
el Ministerio de la Verdad y dedica sus horas libres a escribir sus reflexiones
en un diario. Berzal, rostro
conocido de las series televisivas, deleita a los presentes con una actuación
estelar cargada de realismo. Este actor, que ha participado en más de una
quincena de obras teatrales, muestra su desconcierto y sufrimiento físico y
mental casi de forma real por las torturas a las que se ve sometido. En algunos
momentos me costaba mantener fija la mirada por su expresión trágica de dolor
que se visibilizaba con sudor y síntomas de agotamiento. El espectador, gracias
al buen hacer de Berzal, también puede
apreciar la inteligencia, astucia y fuerza mental que Smith esconde tras sus gafas de pasta. Además, intercala de
forma sobresaliente, con gestualidad incluida, las frases a los demás
personajes con sus soliloquios dirigidos al público.
Cristina
Arranz encarna a Julia, activista
de la Liga Juvenil Antisex, una mujer con
apariencia puritana de cara al partido pero con deseos rebeldes y alocados. Arranz, quien ya triunfó en El coleccionista, sabe transmitir este
sentimiento de autonomía y desenfreno. Desde mi óptica, sus mejores momentos
coinciden, por un lado, con los deseos de libertad y liberación de su personaje
y, por otro, con la aceptación de la derrota cuando es detenida; en ambos, deja
sacar todo su talento interpretativo.
Si representar un solo papel
no es tarea fácil, interpretar a siete personajes es un desafío mayúsculo. El
actor José Luís Santar supera dicho
reto con nota porque en algunos momentos parecen ser personas distintas las que
están sobre las tablas. Santar, que
ha participado en míticos seriales televisivos, otorga a cada personaje un
rasgo y voz distintivos, desde el carácter silencioso de Martin, el erudito de Smile
o el locuaz de Charrington hasta la
docilidad de Parson. El carácter
servil de este último personaje consigue dibujar alguna sonrisa en el púbico y
rebajar, así, el clima de tensión de la representación.
Luis Rayo interpreta a O´Brien, un misterioso agente que afirma trabajar en el Partido Interior
y es el responsable de precipitar el final de la obra. Rayo aunque ha intervenido en alguna película es un actor de teatro
y sabe transmitir la frialdad y maldad de su personaje, ayudado por su voz cálida,
embaucadora e imponente. En el desenlace de la obra es cuando mejor podemos
apreciar sus dotes artísticas, como por ejemplo mientras recita los tres lemas
del partido o interroga, con malas artes, a Winston Smith.
La escenografía con rasgos
futuristas es pragmática y sirve para recrear todas las escenas que se narran
en la obra; no obstante, hubiera deseado una apuesta en escena más arriesgada e
imponente. Una esencia de esta representación son las pantallas situadas en el
escenario de corbata que sirven como medio de comunicación y de transmisión de
los mensajes de odio del Gran Hermano y como mecanismo de vigilancia hacia los
protagonistas. Además podemos ver actuar a otros actores mientras recrean
escenas menores. Hubiera sido un acierto que todos los monitores también fueran
empleados para proyectar palabras de la neolengua
(idioma del régimen). No obstante, los recursos escénicos empleados conviven
con tecnología audiovisual a través de herramientas innecesarias en nuestra sociedad.
Javier Ruíz de Alegría, un fijo en
la iluminación de obras teatrales, juega de forma maestra con los contrastes de
luces y ayuda a que el espectador pueda sentir el terror de una sala de
tortura.
En
1984 descubrirás un mundo imaginario
carente de libertades y dominado por la esclavitud, la guerra y la ignorancia
Autor: George Orwell
Versión:
Javier Sánchez-Collado y Carlos Martínez-Abarca
Reparto:
Alberto Berzal, Luis Rallo, José Luis Santar y Cristina Arranz
Funciones:
Hasta
el 15 de abril
Lugar:
Teatro Galileo (Calle de Galileo, 39, 28015 Madrid)
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