A lo largo de los siglos la palabra ha sido
considerada como el mayor núcleo de significado dentro de una lengua y el mejor
método para conocer su cultura. Si desean descubrir un mistérico relato cómico
novelado sobre los usos y costumbres de un peculiar pueblo pueden visitar los
Teatros Luchana.
El
grueso de las obras de la cartelera teatral actual son comedias de enredos o
dramáticas y algún musical. Cada espectáculo tiene su particular seña de
identidad y un motivo diferente y único para verlo. A veces es necesario
alejarse de carteles luminosos y de música
psicodélica y asistir a obras donde su protagonista y el espectador
estén en igualdad de condiciones. Las grandes construcciones escenográficas,
los ricos ornamentos y decorados lujosos están muy bien, pero en ocasiones solo
es necesaria una historia para captar toda nuestra atención, y este es
precisamente el eje central del Pueblo de
los Mellados.
El
multifacético escritor y narrador Félix
Albo nos invita a adentrarnos en un pequeño municipio de 23 habitantes. La
vida rural suele transcurrir sin grandes sobresaltos, pero en este pueblo se
han producido cuatro muertes inexplicables y sin un móvil aparente. Todo parece
indicar que se trata de un asesino en serie y por ello, Paco, el Guardia Civil autóctono, junto a un alto rango y dos
agentes en prácticas venidos de la capital comienzan una investigación que
altera más aún la vida de los lugareños. Sospechosos los hay, tantos como
habitantes tiene el pueblo, empezando por Pastor,
el dentista, hasta el mismo santo del lugar. También un panadero, un campanero,
un pescadero y un enterrador, pero estos son los muertos, no lo sospechosos.
Como
pueden observar estamos ante un relato ficcional altamente original y que
consigue mantener a los asistentes atónitos durante setenta minutos. Un
torrente casi compulsivo de situaciones con un envoltorio surrealista pero con
gran carga de verdad en su interior, lo que le hace ser aún más divertido. Antes
de comenzar el monólogo, entendido como un discurso de una persona dirigido
tanto hacia un solo receptor como hacia varios, Albo –participante en los festivales de narración oral más
relevantes tanto a nivel nacional como internacional– propone a los asistentes
dos ejercicios de disociación mental para captar su atención y para demostrar,
también, la torpeza humana. Como buen valenciano el narrador es entendido en
mechas, y parece haber sido encendido por una y hasta que no llega al final de
la historia no para de hablar, pero como afirmaba Michael Montaigne “La palabra
es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha” y el público no deja
de hacerlo.
Albo,
cuentacuentos itinerante con más de una decena de espectáculos, demuestra una maestría casi innata en
el dominio de las palabras y en su significado; por ello deleita a los
presentes con términos con doble significado, digresiones y con un amplio
abanico de figuras retóricas y literarias como metonimia, metáforas y
comparaciones ingeniosas. Por otra parte, demuestra ser un conocedor de la
estructura de los relatos, pues si partimos de la primigenia clasificación de
introducción, nudo y desenlace, los tiempos de estas tres partes son los
correctos para el desarrollo de la acción. En el terreno del humor, el escritor
valenciano introduce a la perfección frases cargadas de ironía y sarcasmo, con chistes elaborados e
integrados en la historia, alejados de lo zafio o vulgar.
Su
actuación es una muestra de la riqueza léxica del español y de cómo la palabra
puede provocar un sinfín de sentimientos y sensaciones. Antes de comenzar el
espectáculo, mientras leía la sinopsis en el programa de mano, pensé que el
relato –misterioso y cómico en un solo acto y para un solo actor– estaría
acompañado de títeres de guantes o guiñoles para abarcar un mayor número de
personajes. A medida que fue transcurriendo la representación me di cuenta de
que tales recursos no eran necesarios por las exactas y profusas descripciones
de personajes y situaciones, acompañadas de una cuidada gestualidad facial y
corporal. En algunos instantes daba la sensación de haber más de una persona
representando a los personajes.
Los críticos
teatrales solemos ceñirnos, por una cuestión de espacio, al espectáculo en sí
mismo. En esta ocasión, vale la pena levantar la vista y prestar atención a la
ilustración impresa en el programa de mano. Primero porque refleja muy bien a
dos de los personajes protagonistas de la historia, pero también porque está diseñada
por Emilio Urberuaga, uno de los
mejores y más condecorados ilustradores españoles, mundialmente conocido por
poner cara a Manolito Gafotas. El diseño
minimalista de la recreación del pueblo también está presente en el escenario. Una
prueba más de que en el teatro, como en muchas otras artes escénicas, menos es
más. Mención especial para la iluminación, a cargo de Marisol López y Ángel
Salcedo, por terminar de construir la atmósfera intimista imperante a lo
largo de los 70 minutos de actuación.
Volviendo
a este relato, cuya secuencia parece estar inspirada en acontecimientos del semanario
El Caso, los asistentes podrán
conocer el final de esta historia policiaca, y dar sentido al nombre del
espectáculo y a los flecos de la narración. Sin embargo, como ocurre en los
cuentos o fábulas lo importante es la lección o enseñanza. Una de ellas podría
ser amar a la naturaleza y entenderla como una prolongación de nosotros mismos.
Otra podría ser mantener las costumbres de los pueblos porque forman parte de
las personas que allí viven. Vayan y descubran la suya.
En el Pueblo
de los Mellados te adentrarás en una historia cargada de humor e intriga
donde la protagonista es la palabra en boca de Félix Albo
Autor y director:
Félix Albo
Diseño de luces:
Marisol López
Iluminación:
Ángel Salcedo
Ilustración del cartel: Emilio Urberuaga
Lugar: Teatros Luchana (Calle de
Luchana, 38, 28010 Madrid)
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