La gente va por la calle tan
tranquila sin darse cuenta de que determinadas cosas no funcionan bien. Ante
esto hay dos vías: aplicar la expresión francesa laissez
faire, laissez passer, es decir, no hacer nada, o indignarse. La primera es
la opción cómoda, aunque no deben sentirse culpables porque para poner el grito
en el cielo ya está Miguel Lago todos
los viernes y sábados en el Teatro Reina Victoria.
El género monologal está en
auge. Los espectadores optan cada vez más por ver a sus cómicos favoritos en
directo, en vez de hacerlo por televisión. Todo son ventajas en esta decisión,
aumenta la facturación en cultura y pueden pasar una magnífica velada entre
risas. El punto menos gracioso, desde el lado del monologuista, puede estar en
la competencia. Hay espacio para todos pero siendo prácticos, si el público
acude a uno igual ya no opta por otro. Como todo en la vida, la solución pasa
por ser diferente, destacar y hacerse notar. Estos tres verbos son una de las
señas de identidad de este actor y cómico gallego.
Miguel
Lago,
participante en el mítico programa El
Club De La Comedia, tiene una línea propia e inconfundible. Su estilo más
cultivado es el del humor negro, pero el de verdad. Los cómicos suelen pasar de
puntillas por este subgénero para no dañar o herir susceptibilidades, en definitiva
se autocensuran a ellos mismos y el humor pierde calidad. Lago, repeinado y ataviado con un impoluto traje, no pertenece a este tipo de artistas; si tiene que decir algo
lo dice y si a alguien no le parece bien debe aguantarse o, simplemente, no
seguirle. La realidad medible y cuantificable –aspectos importantes en este
espectáculo– demuestra que el público no contempla esta última opción, pues jornada
tras jornada cuelga el cartel de “entradas agotadas”.
Entorno al humor negro
también se plantean debates sobre cuáles son los límites del mismo. En el
espectáculo, Lago, participante en
series como Curso del 63 o Las chicas del Cable aborda sin complejos este asunto y llega a una conclusión bastante
lógica: “El límite del humor no existe. Humor es arte, y el arte es símbolo de
libertad, con lo cual no puede tener limitación ninguna”. Sobre el papel parece
una reflexión bastante seria, pero quien acuda comprobará con ejemplos
prácticos y desternillantes el porqué de su postura.
No toda la función gira en
torno al humor negro, también encontramos pinceladas de situaciones
surrealistas, sátira política y vivencias personales. Los temas de actualidad
siempre son jugosos para un monologuista; en el espectáculo se abordan algunos
de ellos, aunque podrían ocupar un lugar más relevante. En este sentido, es
meritorio el hecho de incluir acontecimientos ocurridos en la misma semana; por
tanto, si los asistentes repiten la experiencia encontrarán nuevos chistes e
ingeniosas comparaciones.
Los cómicos suelen basar sus
monólogos en situaciones personales. Esto les permite un mejor conocimiento, un
mayor realismo sobre el escenario y, para mí más importante, demostrar que día
a día nos ocurren sucesos aptos para el humor si sabemos relatarlos, y este
humorista sabe cómo hacerlo. Mientras le escuchaba, miraba la reacción del
público y además de sus risas algunos tenían dibujados en su mente: “Cuántas
veces lo habré pensado y nunca me he atrevido a decirlo”. Ese aspecto de
verdad, de seriedad al relatarlo, de sinceridad y pragmatismo sin anestesia son
otras de las esencias del autor del libro Gamberro
y Caballero. Por otra parte, Lago,
licenciado en filología hispánica, también sorprende por la imitación de
personajes, por su gestualidad facial y corporal desbordantes y por la
repetición de frases y palabras. Esto último es un recurso muy utilizado en el
género cómico y eficaz –si sabe cómo hacerse– para potenciar el grado de
asombro, perplejidad y locuras, propias o ajenas.
Desde mi óptica, el monólogo
que le catapultó a la fama fue “Soy un hijo puta” y su reflejo en el teatro
“Soy un miserable” donde daba rienda suelta a su estilo deslenguado, socarrón y
mordaz. En este espectáculo también encontramos el espíritu inicial y la mejor forma
de describirlo es la del diablo invisible encima de nuestro hombro que nos
invita a mandar a paseo a mucha gente o a no comportarnos siempre de forma
cívica. Este aspecto y de forma escalonada, por ejemplo, hubiera sido una manera
óptima y potente de concluir su espectáculo; pues el final abrupto y el tema
elegido no terminaron de convencerme.
Otro aspecto, aparentemente
menor, mantenido en la hora y media de espectáculo son sus iniciales, “ML”,
flotantes sobreimpresionadas en una pantalla. Me parece relevante porque
significa que él ya es una marca en sí mismo y los asistentes a través del
boca-oído son embajadores de su producto humorístico. No todos los cómicos, por
ejemplo, son elegidos para arengar a los jugadores de la Selección Española de Fútbol
antes del Mundial de Rusia, a pesar de su pésimo resultado, pero eso es otro
tema. Un acierto del espectáculo es el uso de la pantalla situada en el fondo
del escenario. En ella se proyectan imágenes de los personajes del monólogo y
un video introductorio donde conocemos mejor su persona y nos demuestra que, a
pesar de su excesiva claridad a la hora de hablar, gente de todas las
ideologías le tienen cariño.
Miguel Lago pone orden de una puñetera vez ante el caos que le
rodea.
ALBERTO SANZ BLANCO
@AlbertoSBlanco
Autor y director: Miguel
Lago
Lugar: Teatro Reina Victoria
(Carrera de S. Jerónimo, 24, 28014 Madrid)
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