¿“Cariño,
me puedes dejar el móvil un momento”? Esta frase puede ser el principio de una
crisis de pareja o incluso algo más. El teléfono móvil se ha convertido en la
caja negra de nuestras vidas; en él hemos depositado toda nuestra información y
nuestra más estricta intimidad. Si desean ser espectadores de la vida de siete
personajes y conocer algunos de sus secretos inconfesables pueden visitar el Teatro
Reina Victoria.
Una noche de eclipse lunar,
un grupo de amigos de toda la vida queda para cenar y conocer a la pareja de
uno de ellos. De mutuo acuerdo, tras alguna discusión, deciden aceptar una
norma: leer en voz alta los mensajes y llamadas de sus móviles durante la velada.
Lo que comienza siendo un juego divertido y arriesgado se termina convirtiendo
en una pesadilla de la que no podrán salir indemnes. Desde ese instante su vida
queda expuesta, pero puede que no ocurra nada, porque ¿nadie tiene secretos,
verdad?
El título de la obra se hizo
conocido por la exitosa película dirigida por Alex de la Iglesia pero les recomiendo, tanto si han visto el film
como si no, obviar toda la información previa e ir vírgenes al teatro para
disfrutar de esta adaptación de David
Serrano y Daniel Guzmán. El
texto original, obra del director y guionista italiano Paolo Genovese, destaca principalmente por la sencillez en el hilo argumental,
algo esencial para la implementación en el teatro. Es en los personajes donde
radica la profundidad de la obra y donde el espectador va conociendo las
vergüenzas de cada uno. Ese cúmulo de situaciones estresantes y reacciones
espontáneas ante los mensajes otorgan, por un lado, el carácter cómico de la
obra y, por otro, el reflexivo acerca del límite de nuestra intimidad y si
estamos o no absorbidos por las nuevas tecnologías. Desde mi óptica, el único
inconveniente de esta adaptación reside en no resaltar la importancia del eclipse
lunar y del influjo sobre los protagonistas.
Más allá de la originalidad
de la obra está la brillantez de decidir llevarlo al teatro. El artífice de
ello es el archiconocido actor y director Daniel
Guzmán. Nada más leer la sinopsis del espectáculo pensé sobre la idoneidad
de construir una representación y en el transcurso de los 90 minutos confirmé
esta genial idea. La categoría teatral imperante es la tragicomedia
contemporánea, por la fusión de situaciones dramáticas con cómicas. Si buceamos
en el género cómico, el subgénero de enredos es claro, pero a diferencia de
otras representaciones, los líos amorosos no se producen entre los personajes
presentes y podemos extraer alguna reflexión. Por el número de actores y algunas
salidas y entradas puede sobrevolar el subgénero vodevil pero, como afirmo, la
profundidad e inteligencia del libreto no se ajusta estrictamente a dicha
categoría.
Una de las dificultades en
esta representación está en medir y dosificar los tempos de las escenas donde
todos los personajes están involucrados con aquellas donde los protagonistas
son individuales o en parejas. Esta difícil balanza se encuentra perfectamente
equilibrada por Guzmán, protagonista
de la exitosa y reciente comedia Dos más
dos. Todo fluye en la función y además de diálogos ingeniosos y de pequeños
gags, lo más importante es la idea de conjunto expresada en la camaradería de
todos los actores. Parece como si se conocieran de toda la vida y las bromas,
algunas con mal gusto, se llevaran repitiendo durante años.
Para aumentar la afluencia
del gran público es un acierto contar con un reparto superlativo. El elenco está
formado por caras conocidas de series y películas españolas. Aun así, más allá
de la fama cosechada, todos los actores brillan sobre el escenario y las
escenas van transcurriendo con una naturalidad y ligereza desbordantes. De nuevo,
Guzmán, Goya al mejor director novel
por A Cambio de nada, realiza un gran
trabajo en la colocación del reparto sobre las tablas. En esta representación
es especialmente importante por el alto número de actores y actrices, pues es
muy fácil caer en la entropía escénica y embarrar las escenas. De igual forma
ocurre con los diálogos; los actores no se pisan sus frases y no hay merma en
la espontaneidad de los mismos.
En las representaciones con
gran elenco es difícil resaltar a unos por encima de otros; todos son
necesarios para el desarrollo de la acción y para entender el concepto del
teatro, como arte colectivo. Eva, psicóloga,
(Alicia Borrachero) y Alberto, cirujano plástico, (Fernando
Soto) son los anfitriones de la
velada. Especialmente Borrachero
lleva el motor de la acción y es la responsable del desenlace. La falsa
seguridad de la protagonista y la visión diferente de ambos en el comportamiento
de su hija serán motivos de disputa. Antonio
Pagudo (Antonio) y Olivia
Molina (Marina), ambos abogados,
interpretan a un matrimonio tradicional con carencias afectivas y de
comunicación, pero un obscuro secreto saldrá a luz. Me gusta especialmente el tándem
de actor y actriz sobre las tablas y la complicidad entre ellos.
Elena
Ballesteros y Jaime
Zataraín se meten en el papel de una pareja recién casada. Ella, Violeta, es la última en formar parte
del grupo y su juventud le hace soñar y creer sin fisuras en el amor. Él, Santi, es un taxista vividor con proyectos
sin futuro. Ambos son los más perjudicados en el tóxico juego del móvil. Por
último, en orden de aparición, el actor Ismael
Fritschi se viste de Lucas, un profesor desempleado con la
necesidad de comunicar algo a sus amigos. Este personaje hace las veces de saco
de boxeo al recibir sobre él las, frustaciones, inseguridades y miedos de sus
amigos. Sus dudas y debilidades emocionales terminarán por hacerle fuerte y dar
una lección al resto de comensales.
La construcción escenográfica
a cargo de Silvia de Marta, es clara,
efectiva y va acorde con la sencillez de la idea original, un grupo de amigos
se reúnen para cenar. Este pragmatismo es, precisamente, una de las razones por
la idoneidad de llevar el texto del director italiano al teatro. El decorado
recrea a la perfección un piso, con todas las habitaciones incluido el baño,
aunque las escenas principales transcurren en el salón comedor y más
concretamente en las pequeñas mesas situadas en el proscenio. Desestimar la
opción de una mesa de grandes dimensiones, como la fotografía del programa de
mano, tiene el inconveniente de que los teléfonos móviles quedan enterrados
entre la vajilla y la comida y la representación pierde componente dramático. Ahora
bien, también permite un mayor tránsito sobre el escenario y, lo más
importante, una sensación de libertad frente al estatismo de una mesa anclada
en el suelo.
Donde no hay dudas es en la
magnífica iluminación de José Manuel
Guerra y en el perfecto espacio
sonoro de Félix Botana. La ecuación
de escenas conjuntas e individuales, a la que antes he hecho referencia, se
resuelve a la perfección por el contraste de luces y por centrar el foco en los
protagonistas puntuales ensombreciendo a los demás personajes. La idea de
aprovechar todos los recursos a la hora de leer los mensajes y correos, como el
altavoz, manos libres o lectura automática del móvil, es perfecta y de nuevo efectiva,
al crear expectación sobre su contenido. ¿Y ustedes?, ¿Se atreven a jugar a
este juego?
Una
comedia de enredos cercana, profunda, inteligente, ágil y divertida donde todos
los comensales son Perfectos desconocidos
Alberto Sanz Blanco
@AlbertoSBlanco
Autor:
Paolo
Genovese
Director:
Daniel Guzmán
Versión:
David
Serrano y Daniel Guzmán
Reparto: Alicia
Borrachero, Antonio Pagudo, Olivia Molina, Fernando Soto, Elena Ballesteros, Jaime
Zataraín e Ismael Fritschi
Lugar:
Teatro Reina Victoria (Carrera de S. Jerónimo, 24, 28014 Madrid)
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