El Teatro de la Zarzuela
vuelve a levantar el telón para acoger en su escenario una historia de amor
transcurrida en los últimos compases del régimen zarista. Como solo saben hacer
en este recinto teatral, la mejor manera de representarla es a través de los
grandes géneros musicales, en esta ocasión una opereta. Tanto a los amantes y
entendidos de la música lírica como a los neófitos a este género les recomiendo
disfrutar de las completas y variadas melodías y de las talentosas voces del
reparto.
Cualquier ocasión es buena
para asistir a este tipo de representaciones líricas y, prácticamente, es
imposible equivocarse con la elección dada la calidad y la excelsitud de
composiciones españolas. En esta ocasión, uno de los imanes para el público
puede estar en presenciar en directo la primera obra para la escena compuesta
por el maestro Pablo Sorozábal y su viraje
de la música sinfónica a la lírica o escuchar el mismo libreto de Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso pronunciado el 27
de enero de 1931 en el Teatro Victoria de Barcelona.
El primer acto nos sitúa en
una posada, en el camino entre Kiev y la frontera con Rumanía, dirigida por Boni (Emilio Sánchez), su novia
Olga (Milagros Martín) y su tía Tatiana
(Amelia Font). De forma inesperada,
van apareciendo Pedro (Ángel Ódena), comisario del Sóviet, el
Coronel Bruno Brunovich (Antonio Torres), un viejo cosaco conocido de los posaderos, Amadeo Pich (Enrique Baquerizo), vendedor interesado en el cobro de las deudas
del Coronel a su empresa La Corona
Imperial y el Príncipe Sergio (Jorge de León) acompañado de la joven rusa Katiuska (Maite Alberola).
El joven Romanov piensa proseguir su huida y deja el cuidado de la muchacha a Boni y al Coronel a cambio de unas
monedas de oro. Sin embargo, este último sólo piensa en huir con el dinero a
París. De repente, irrumpe un grupo de soldados borrachos del Ejército Rojo
para poseer a Katiuska. Pedro consigue defender a la joven y
alejar a las turbas ganándose su agradecimiento que, posteriormente, se verá recompensado
cuando la mujer rusa proteja a Pedro del
pueblo al conocer que se trata de un comisario del Sóviet. Poco después termina
escapando y la muchacha, asustada, confiesa su amor por el bolchevique.
En el segundo acto, el
comisario y sus soldados traen prisionero al Príncipe Sergio. La
joven rusa consigue su indulgencia por el amor que este siente hacia ella. Efectivamente,
el hijo de los Romanov señala a Katiuska
Isanowa como la única descendiente
del Zar. A pesar de las evidencias, Pedro
se niega a creer la historia hasta que se la detalla. En este punto, decide
liberarles a todos dándoles un salvoconducto a costa de su propia vida. Katiuska se niega a abandonar a Pedro, por encima incluso de su
enfrentamiento con el Príncipe Sergio.
Como pueden observar, el
relato cuenta con una trama algo inverosímil y disparatada. Por este motivo y
por la alternancia de artes musicales, habladas y cantadas, podemos incluir
esta obra en el género de la opereta. Sobre el papel, la historia puede parecer
algo enrevesada pero el libreto de González
del Castillo y Martí Alonso es ligero, fácil de seguir y pensado para
el disfrute del espectador. Sin embargo, también se podría haber incluido
alguna escena secundaria del enfrentamiento entre partidarios del régimen
zarista con los revolucionarios rusos y no delegarlo en sus protagonistas.
Valoraciones personales a
parte, Emilio Sagi –con más de
veinte producciones desde los géneros de la zarzuela barroca hasta la ópera
contemporánea– realiza un magnífico trabajo al frente de la dirección escénica.
En una obra teatral siempre es más fácil la labor de dirección porque son menos
los aspectos a cuidar y quedan limitados a la ubicación del reparto y a
intentar exprimir todo de ellos; sin embargo, en el género lírico, debemos
sumarle la proyección de las voces junto a la interpretación. En esta ocasión,
esta última va encaminada, con buen criterio, al sentimentalismo y la
emotividad. Cabe destacar el buen acierto de Sagi –director de prestigiosos teatros y festivales nacionales e
internacionales– en potenciar la sensualidad femenina de la protagonista y
presentarla como una estrella cinematográfica.
Las entradas y salidas de Katiuska están construidas desde el
glamour y la excelsitud que contrastan con las cenizas de la revolución
–enmarcadas bajo un gigantesco marco dorado– y se fusionan con las escenas más
cómicas. El personaje central es la mujer rusa, de ahí el título, y todo gira
con gran criterio entorno a ella. No obstante, y aprovechando el elevado número
del reparto, podrían haberse incluido más coreografías conjuntas de inspiración
eslava. Además de los geniales y cómicos números como «¡Rusita, rusa divina!, y
«A París me voy». Por otra parte, por clásica que sea la obra, el director debe
adaptarla a los tiempos presentes; en este sentido, es un acierto reducir los
diálogos lentos y obsoletos y presentar una versión actualizada, coincidiendo
con el deseo del maestro Sorozábal
quien rechazaba “el ambiente de alpargata de las zarzuelas al uso” y apostaba
por “un ambiente de opereta moderno, del día”. Además, los cambios de prosa a
verso son perfectos y aportan ligereza y elegancia a la representación.
La música de Pablo Sorozábal siempre es una apuesta
segura y ganadora en el género operístico. El dilatado proceso de gestación, su
arduo esfuerzo para que esta obra saliera adelante, su generosidad al cambiar
algunas partes del segundo acto y su extenso bagaje en la escritura coral y
orquestal permiten calificar esta creación de maestra. Nada fácil al ser su
puesta de largo en el género lírico.
De nuevo, el espectador debe
tener en cuenta el género de la opereta porque se encontrará un dilatado número
de melodías de distinta inspiración y tempo. Las más llamativas, por su
sonoridad y temática, son las de inspiración rusa, potenciadas con las procedentes
de la tradición eslava como «La canción de los remeros del Volga» o «Ucraniano
de mi amor». Puede sorprender algunos ritmos propios de la música negra y del
incipiente jazz norteamericano, pero guardan una estrecha relación con el
teatro musical alemán de los años 20. En esa “opereta de actualidad” en la que
tanto creía Sorozábal no pueden
faltar melodías ligeras, ágiles pero sobre todo divertidas como « ¡Rusita, rusa
divina!», «A París me voy» o la marcha de claras resonancias militares «Cosacos
de Kazán» acompañadas de una simpática coreografía, supervisada por la experta Nuria Castejón.
Si regresamos al centro de
la obra, el eje de la trama se resume en la historia de amor entre el indomable
bolchevique y la princesa imperial rusa. Las melodías de estas piezas son las
que realmente aportan estabilidad, consistencia y firmeza a la partitura. No podemos
pasar por alto, la eficiente construcción dramática y melodramática en piezas
como «Todo es camino lleno de tristeza», la denuncia en el acoso a Katiuska –en forma de marcha grotesca–
con Allegro Marcato o el airoso
desenlace con «Esta mujer tuya nunca ha de ser». Todas estas piezas recaen en
la exquisita dirección musical de Guillermo
García Calvo y en la perfecta ejecución de toda su orquesta.
El talento musical y vocal
se sobreentienden cuando hablamos de una obra como Katiuska en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, pero debe
demostrarse todos los días y ponerlo al servicio del público. Así ocurre con el
talentoso reparto de diversa tesitura vocal como tenores, barítonos y sopranos.
Por su importancia y rendimiento destacan la calidez, potencia y perfecta
proyección de voz de Ángel Ódena en su papel de Pedro, comisario del Sóviet y por
supuesto, la soprano Maite Alberola
en el difícil papel de Katiuska. De nuevo,
destaco su fuerza escénica y en el terreno vocal, su densidad y timbre oscuro. De forma separada nos ofrecen solos vibrantes
pero el dúo de soprano y barítono «Somos dos barcas» es impagable.
Alejandro
del Cerro –uno de los tenores más prometedores del actual musical
panorama español– está correcto en
su papel de un tímido y algo insulso Príncipe
Sergio. Si es cierto que me hubiera
gustado disfrutar más de voces como la de la de Antonio Torres como Bruno
Brunovich y sobre todo la de Enrique
Baquerizo en un papel casi secundario de Amadeo Pich, vendedor leridano de media tinta. En el terreno cómico,
pero sin perder la exigencia, brillan la familia de los posaderos compuesta por
Boni, el tenor Emilio Sánchez, debido a sus celos enfermizos, su novia Olga,
la experimentada soprano Milagros
Martín, y su tía Tatiana, la
también soprano Amelia Font.
Cuando el espectador pise la
moqueta de este histórico teatro, seguramente se quede mirando la construcción escenográfica
de Daniel Bianco, exdirector técnico
de prestigiosos teatros españoles, formada por un gigantesco marco de
pronunciada inclinación. Su color dorado contrasta con la negrura del mobiliario
calcinado, fruto de la revolución, ubicado en el proscenio. Por otra parte,
resulta fascinante la ventana corredera situada al fondo de la posada donde
puede apreciarse un paisaje puro y azulado, con luna incluida. El conjunto
escénico es, sin duda, la mejor metáfora del fin de una época y el principio de
otra. Por último, no puedo dejar de comentar el mágico efecto de la nieve
artificial y la buena iluminación de Eduardo
Bravo.
Katiuska es una oportunidad única de disfrutar la
primera obra para la escena del maestro Sorozábal y de las vibrantes voces
líricas del reparto
ALBERTO SANZ BLANCO
PERIODISTA
Música:
Pablo Sorozábal
Libreto: Emilio
González del Castillo y Manuel Martí Alonso
Dirección
Musical: Guillermo García Calvo
Reparto: Katiuska,
interpretada por Ainhoa Arteta (días 4 y 5), Rocío Ignacio (días 6, 10, 12, 14,
18, 20 y 21) y Maite Alberola (días 7, 11, 13, 17 y 19); Pedro Stakov ,
intepretado por Carlos Álvarez (días 4, 6, 10, 12, 14, 18 y 20) y Ángel Ódena
(días 5, 7, 11, 13, 17, 19 y 21); Príncipe Sergio, interpretado por Jorge De
León (días 4, 6, 10, 12, 14, 18, 20 y 21) y Alejandro del Cerro (días 5, 7, 11,
13, 17 y 19); Coronel Bruno, interpretado por Antonio Torres; Olga
Milagros Martín; Boni Emilio Sánchez;
Amadeo Enrique Baquerizo; Tatiana Amelia Font.
Lugar:
Teatro de la Zarzuela (Calle de Jovellanos, 4, 28014 Madrid)
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