En occidente, la muerte va
asociada con la pena y la aflicción y lugares como los velatorios o sepelios
están imbuidos de tristeza en un ambiente frío. Por el contrario, otras
culturas entienden que la muerte es una etapa más de la vida donde pude
alcanzarse un estado de plena satisfacción y por ello, se celebran fiestas o
rituales entorno a ella. Si juntan y entienden ambas visiones están preparados
para asistir al funeral celebrado en el Teatro La Latina.
Manuel
M. Velasco, autor y director de la obra, nos invita a presenciar el
velatorio de Lucrecia Conti (Concha Velasco) la actriz más
importante del cine, el teatro y la televisión de España. Por su contribución a
la cultura, la ceremonia ha sido organizada en este teatro de la capital por el
Ministerio de Cultura y sus alrededores están plagados de curiosos y
periodistas. Todo parece transcurrir según lo previsto pero cambia cuando los
asistentes quedan encerrados en el teatro porque el fantasma de Lucrecia se aparece para despedirse a
lo grande. Sin embargo, debe resolver ciertos asuntos con algunos de los
miembros y allegados de la familia que allí se encuentran: sus dos codiciosas
nietas Ainhoa (Clara Alvarado) y Mayte (Cristina Abad), Miguel (Emmanuel Medina),
un primo lejano cuyo parentesco real es desconocido o su representante Alberto Luján (Jordi Rebellón),
cuyo único objetivo es rentabilizar todo al máximo. Lucrecia ha regresado de la muerte y sea cual sea ahora su destino
como gran actriz de teatro debe cumplir la máxima universal: el espectáculo,
incluso después de la vida, siempre debe continuar.
En otras obras teatrales no
es esencial establecer una categoría teatral concreta siempre y cuando el
espectador tenga claro el género imperante; pero en esta ocasión es relevante
para no confundir al espectador y para conducir de forma acertada esta crítica.
El punto de partida, y así queda recogido en el programa de mano, es un encargo
de Concha Velasco a su hijo Manuel M. Velasco de protagonizar algo
nuevo, una comedia blanca y muy loca que remitiera a títulos como El Fantasma de la Ópera, Sunset Boulevard, Mary Poppins o La Bruja
Novata. Así descrito las expectativas parecen enormes, pero esta disparidad
de referencias no queda plasmada de forma oportuna.
Velasco, guionista
y director de cine, teatro y televisión, la define como una comedia
sobrenatural, pero no vamos a encontrar tramas compactas, giros inesperados o
enredos dignos de mención. De hecho, si lo vemos solo desde el prisma cómico,
los diálogos son excesivamente largos, algunos chistes parecen forzados y el
relato en general no me resulta del todo convincente. Sin embargo, mientras
veía la representación algunos movimientos de los actores y los derroteros por
los que transcurría la obra me recordaron al teatro de lo absurdo y al maestro
en este subgénero, Eugène Ionesco. En esta modalidad teatral no
hay que buscar una continuidad en el argumento, no hay una lógica causal, los
tiempos de la representación no se ajustan a los parámetros clásicos, los
diálogos adquieren la categoría de absurdos y los personajes caminan entre la
peculiaridad y la incomprensión. Desde mi óptica, estas características sí
están presentes en El Funeral y, en este sentido, el humor
blanco y surrealista está justificado. Por otro lado, recalco el esfuerzo del
dramaturgo por crear una obra intergeneracional con guiños a series y programas
televisivos de antes y de ahora.
La dirección también recae
en Manuel M. Velasco, al frente de cortometrajes
multipremiados en festivales nacionales e internacionales, quien sale airoso de
un totum revolútum en cuanto a la idea original. La obra, desde mi punto de
vista, trascurre a trompicones aunque si analizamos de forma individualizada
escena por escena, los personajes se desenvuelven con naturalidad, los efectos
especiales se complementan con la acción y, en definitiva, todo goza de
sentido. Sin embargo, si lo elevamos al todo, como conjunto, aprecio algunos
excesos que, de nuevo, si son explicados en el contexto del surrealismo pueden
tener justificación, pero de no ser así no terminan de agradarme. Por otra
parte, dentro de la dirección, considero positivo, vistoso y bien conducido el
carácter metateatral de la representación (un funeral como obra en una obra como
funeral).
El subtítulo de esta
representación podría ser ´homenaje a Concha
Velasco´ porque todo gira sobre esta grandísima y multipremiada artista. En
esta ocasión se viste de Lucrecia Conti,
una popular actriz trasnochada cuyo fantasma se aparece en su velatorio y pone
firme a todo el mundo. Velasco es
uno de los nombres propios de la interpretación en nuestro país y lo ha hecho
prácticamente todo en teatro, cine y televisión. En el programa de mano, Manuel M. Velasco afirma que su
actuación es una síntesis de todo lo que puede hacer sobre las tablas y estoy
muy de acuerdo. Su primera entrada a escena es colosal y cuando abandona
temporalmente el escenario, la obra pierde cierto interés pues Velasco, ataviada con un turbante
blanco a juego con el vestido, aporta
garra, poderío escénico y fuerza artística. La actriz vallisoletana juega, como
pocas saben hacerlo, con las constantes rupturas de la llamada cuarta pared e
intercala, con naturalidad sobresaliente, frases dirigidas a los actores con
otras a los presentes. Todo esto mientras permanece pendiente de que el público
no pase hambre y además de un pequeño ágape les ofrece un maravilloso show. Con
independencia de si me convencen o no aspectos concretos es un verdadero
placer, y una lección de vida, ver a una actriz a sus 79 años tan entregada,
con una vitalidad desbordante y sobre todo tan feliz.
La pareja de actrices Clara Alvarado y Cristina Abad representan a las codiciosas nietas de la protagonista.
Tanto sus personajes como ellas mismas se complementan a la perfección sobre el
escenario y si separásemos algunas escenas podrían ser pequeños sketches como
los protagonizados por grandes parejas del humor. Alvarado, experta en cortometrajes y con apariciones en series y
webseries, es Ainhoa una joven de
fuerte carácter, por no decir borde, y eso precisamente ofrece algunos momentos
divertidos. Por el contrario, Abad interpreta
a Mayte, con una personalidad
inocente y dócil. Ambas nos dan la bienvenida a esta obra, permiten a los
asistentes acercarse al féretro y conseguir amenizar el velatorio entero.
Por su parte Jordi Rebellón es a Alberto Luján el representante de Lucrecia, un hombre al servicio
permanente de la actriz a cambio de monetizar, y sacar tajada de, todos sus
pasos en vida y ahora aún más como espíritu con habilidades sorprendentes. Rebellón es un rostro conocido de las
series televisivas y cuenta con un amplio bagaje que sabe poner en práctica en
esta ocasión aunque su personaje no tenga un peso específico en la trama. En un
primer momento me costó encuadrarle en un papel de tinte cómico pero poco a
poco va encontrando acomodo. Por último, Emmanuel
Medina, con papeles en obras teatrales y cortometrajes, es Miguel, un alma errante con un
parentesco familiar poco definido. Medina
saca a relucir su formación como humorista y payaso profesional sobre el
escenario al convertirse, poco más o menos, en un servicial mozo de carga y con
su dominio de la pantomima consigue sacar una sonrisa a los espectadores por su
bonhomía
innata.
Además de por ver sobre el
escenario a Concha Velasco, si por
algo los espectadores van a recordar El
Funeral es por los efectos especiales y por el uso de la videoescena. Los
primeros guardan una cierta sintonía con los del Fantasma de la Ópera por las ráfagas musicales, por Juan Cánovas y Juan Robles de la Puente, acompañadas de destellos luminosos
dirigidos por José Manuel Guerra. A lo largo de la representación se juega, con
acierto, con los cambios de lugar ayudados por la producción y dirección de
videos donde encontramos divertidos e inesperados cameos de Andreu Buenafuente.
Desde mi óptica, en ocasiones dichos efectos son desproporcionados pero, al
mismo tiempo, son coordinados, aportan un valor importante a la representación
y también contribuyen a la cultura teatral.
La construcción
escenográfica me convence de principio a fin. El espectador nada más pisar la
moqueta del teatro tiene la concepción de estar y formar parte del velatorio
por las imágenes en movimiento de Concha Velasco proyectadas sobre la pantalla
y por la iluminación intimista. El decorado con cortinas y luces incorporadas
sirve para que los actores entren y salgan a escena y así dotar a la representación
de cierto ritmo. El director Manuel M.
Velasco ha demostrado tener un gran ingenio e imaginación y solo a través
de prueba error pueden extraerse resultados positivos y, en esta ocasión,
sobrenaturales.
Estás
invitado a asistir a El Funeral donde
serás testigo de la resurrección de una actriz de la siempre inmortal Concha
Velasco
ALBERTO SANZ BLANCO
@AlbertoSBlanco
Autor
y director: Manuel M. Velasco
Reparto: Concha
Velasco, Jordi Rebellón, Clara Alvarado, Cristina Abad y Emmanuel Medina
Lugar:
Teatro La Latina (Plaza de la Cebada, 2, 28005 Madrid)
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