El objeto que da título a
esta obra es, probablemente, uno de los de mayor simbolismo en el mundo de la
enseñanza, incluso ahora cuando los encerados parecen transformarse en pizarras
táctiles. Si desean coger la tiza y ser testigos de una comedia inteligente
sobre la educación en nuestros días deben visitar los Teatros Luchana.
La
joven Compañía nos presenta a un matrimonio feliz formado
por Candela (Cayetana Oteyza), Juan
Carlos (Marcos Orengo) y un hijo pequeño, Roberto
Revuelta Romo, apodado cariñosamente como Robertito, que para su pesar tiene
problemas en pronunciar la letra “r”. Como los progenitores de cualquier
familia estudian diversas opciones para elegir el centro donde el pequeño
Roberto, con tres años, comience sus estudios. Un colegio sobresale por encima
de los demás y allí ejercen como profesores una experimentada y escéptica
maestra, Doña Covadonga (Clara Galán) y un joven idealista recién
incorporado al mundo de la docencia, Damián
(Álvaro Sotos). Los padres están
convencidos de tener un genio en potencia con un prometedor futuro; sin
embargo, tras tres años de
preescolar y seis de primaria, Candela
y Juan Carlos acaban desengañados y con problemas que pueden afectar
incluso a su matrimonio.
El tema de la obra me
resulta sugestivo y es de imperiosa actualidad. A pesar de ello, no encontramos
demasiadas obras con la educación, la enseñanza y demás derivadas educativas
como protagonistas. Este motivo, la originalidad, –no del tema pero sí de
llevarlo sobre los escenarios– puede ser un primer gancho para que los
espectadores se decanten por la obra.
El género predominante en Tiza es, sin lugar a dudas, el de la
comedia sostenida por el humor inteligente con pincelas de absurdo. El lema de
la obra apunta en esta dirección y es un buen resumen de la misma: “Una comedia
que no solo te hará reír”. Lea Vélez, redactora,
experta en largometrajes y guiones, y Susana
Prieto, novelista y guionista en series de éxito, construyen un relato complejo ingenioso, perspicaz y tal
y como relatan ellas mismas, basado en experiencias reales. Durante los 75
minutos de duración pegan un buen repaso –permítanme la claridad en la
expresión– por un lado, al sistema educativo actual basado en la
sobreabundancia de actividades con un método arcaico centrado en la memoria, y
por otro, al deseo de los padres de convertir a sus hijos en algo que ellos no
pudieron lograr. En definitiva, Tiza es
una crítica a la sociedad, de la que nosotros formamos parte, por tanto también
es una llamada de atención a nosotros mismos.
La gramática textual está
plagada de ingeniosos eufemismos, de juegos de palabras, de certeras dicotomías
– aprendizaje, enseñanza y habilidades y valores– de realidades y también de prejuicios
pero sobre todo de mucho humor. El único inconveniente, a priori, de la
modalidad escogida (inteligente y surrealista) está en no provocar una
carcajada continúa pero sí una sonrisa permanente. Las escenas cómicas nacen de
situaciones complejas con un cierto grado de absurdo y de la forma de
resolverlas, normalmente mediante una sucesión de pensamientos lógicos con una
conclusión inesperada. Por otra parte, los tiempos de la representación me
parecen perfectos y medidos, basados en el esquema clásico de la narración:
introducción, nudo y desenlace; e incluso van acorde con su contenido, la
ortodoxia exigida en la educación. Sin embargo, las escenas de forma independiente
también gozan de sentido y entran en la categoría de sketches.
La labor de dirección
escénica recae en Blanca Oteyza, con
una extensa y exitosa carrera como actriz de teatro, cine y televisión, y su
trabajo es fabuloso. Esta directora, productora y docente continúa en la línea
del relato inteligente y apuesta por escenas conjuntas a ambos lados del
escenario, movimientos ordenados de los actores y por cuidadas y rítmicas
entradas y salidas a escena de los protagonistas con acordes marciales. Estas
últimas me recordaron a la disciplina militar en los desfiles. Disciplina,
precisamente, otra cualidad de dudosa continuidad en el sistema educativo
actual. Por otra parte me resultó fabuloso, fruto del trabajo conjunto de la
directora y las libretistas, el comienzo de la representación con la ruptura de
la llamada cuarta pared, la interpelación directa al público y la sombra de la
duda del carácter metateatral con componente cíclico, que no desvelaré e invito
a los asistentes a descubrirlo.
En
un primer momento, me sorprendió que un reparto tan joven representase a
personas de edad adulta, pero con el paso de las escenas, los actores y
actrices fueron asumiendo los roles de sus respectivos personajes y tal
diferencia de edad me pasó desapercibida. Además, dichos roles conforman
arquetipos de la sociedad, cuyo antagonismo en la obra permite identificarlos
de forma meridiana. Los cuatro demuestran que juventud sí va ligada a talento y
experiencia, pues además de obras teatrales anteriores, han hecho incursiones
en el mundo audiovisual participando en spots publicitarios, cortometrajes y
videoclips.
La
visión de los profesores es ofrecida por Clara
Galán y Álvaro Sotos. La actriz
interpreta a Doña Covadonga, una
maestra que comenzó ejerciendo por vocación aunque con el paso de los años se
ha terminado por convertir en rutina. En definitiva, es de las que piensa que
la escuela de ahora ya no es lo que era. De Galán destaco el realismo en las posiciones faciales y corporales
propias de personas de mayor edad así como su intento de voz grave. Todo ello,
con una naturalidad pasmosa. Desde mi óptica, pone la marca más alta en el
nivel interpretativo de la obra. Sotos representa
a Damián, un profesor con una ilusión
y energía intactas que apuesta por un sistema educativo moderno basado en
nuevos sistemas pedagógicos y con visión de futuro. Este puede ser el papel más
sencillo, por franja de edad y estilo, pero el actor borda las caras de
incertidumbre, aporta energía y optimismo a la representación y va
evolucionando a lo largo de la función.
El lado familiar e incluso
la obra en su conjunto están centrados en el pequeño Roberto, protagonista omnipresente por su ausencia. Los actores Marcos Orengo y Cayetana Oteyza
dan vida a sus padres. Sus respectivos papeles me parecen los más complejos,
interpretativamente hablando, y el resultado es óptimo; ambos resultan creíbles
sin sobreactuación. No obstante, sí me faltó un mayor realismo, en algunas
escenas, entre las emociones de los protagonistas y la interpretación de los
actores. Ahora bien, cuando lo consiguen el resultado es sobresaliente, como la
reunión de los padres con la profesora. Orengo
es Juan Carlos, un dependiente
de banca y un padre que intenta hacer lo mejor por su familia, igual no con
mucho éxito. De este actor me fascinó la
seguridad sobre el escenario, la bonhomía imprimida en su personaje, y la
potencia teatral cómica a la hora de terminar sus frases. Oteyza se viste de Candela,
una mujer conciliadora pero de gran genio si la ocasión lo requiere. Este
personaje me parece el más complejo y el mejor ejemplo de la carga laboral y
familiar depositadas, como inherente, sobre las mujeres –se encarga de la casa,
de la educación del niño y de su carrera profesional–. Dicha complejidad en el
papel es transformada por Candela en
espontaneidad y soltura.
La construcción
escenográfica, formada por una mesa de grandes dimensiones y cuatros sillas de
ruedas, es simple pero funcional. En la parte trasera, Laura Lázaro sitúa con bastante inteligencia unos paneles que hacen
las veces de pizarra. En ellos se van marcando la línea temporal del relato y
la evolución y el aprendizaje del pequeño Roberto. Por último, los cambios de
luces, por Covadonga Mejía, terminan
de situar al espectador en esta tierna y divertida historia y le hace ver que
la risa con tiza entra.
Una punzante comedia real, inteligente y divertida donde los roles son trazados con Tiza
Alberto Sanz Blanco
@AlbertoSBlanco
Autoras: Susana
Prieto y Lea Vélez
Directora:
Blanca oteyza
Reparto: Clara
Galán, Álvaro Sotos, Cayetana Oteyza y Marcos Orengo
Lugar:
Teatros Luchana (Calle de Luchana, 38, 28010 Madrid)
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