Cuenta la mitología que la
diosa Europa fue raptada por Zeus y le hizo reina de la isla de Creta. El ser
humano ha demostrado que también es capaz de raptar, no solo a un continente,
si no al mundo entero y abocar su futuro a un final incierto cuyas
consecuencias permanecen, todavía hoy, latentes. Los libros cuentan cómo
transcurrió la Gran Guerra pero Los Teatros del Canal y la Joven Compañía te
permiten ser testigos de su intrahistoria.
Barro
/ Mapa de las ruinas de Europa I narra la vida de ocho
jóvenes implicados en la Primera Guerra Mundial como un ejercicio de extrapolación
a la de tantos y tantas cuyas vidas y memorias sí quedaron marcadas para
siempre. Teatralmente hablando, este es el mejor homenaje que puede hacerse,
100 años después del armisticio que puso fin a este conflicto, a quienes
mantuvieron la esperanza de poder unir frente a los que dividían y dar una
salida a una guerra cuya duración se alargó de forma inexorable y trágica. Dada
la dimensión de este acontecimiento bélico, Barro
es solo la primera parte de una tetralogía cuyo fin es indagar sobre la idea de
la Europa del siglo XX.
Antes de entrar a valorar la
representación en su conjunto es pertinente reseñar que Barro se encuadra en subgénero de teatro actual o contemporáneo
entendido, a grandes rasgos, como aquellas obras de reciente creación surgidas
como consecuencia de la renovación del lenguaje escénico y que pretenden
interpelar de forma directa al espectador, sin filtros ni intermediarios y
despertar en él una mirada crítica. Como desarrollaré a continuación, esta obra
consigue dicho objetivo. También logra potenciar en la cartelera actual el
teatro bélico de base documental, una vertiente nada habitual en España, en
comparación con otros países de nuestro entorno. La combinación del teatro
contemporáneo de componente bélico junto a un joven reparto da como resultado
la fórmula del éxito.
Barro
es
probablemente una de las pocas obras donde el espectador sabe de antemano cuál
va a ser el final. ¿El interés? En el relato creado por Guillen Clua y Nando López. Al bucear en sus respectivas biografías encuentro
un paralelismo asombroso: ambos son especialistas de la narración; Clua como periodista y experto en el
uso de mecanismos de intriga, comedia o melodrama y López como novelista de largo recorrido y Doctor Cum Laude en
Filología Hispánica. Esto confirma por qué el libreto es potente, emotivo, sugestivo
y de alta densidad narrativa. La técnica de usar como hilo conductor la vida de
unos jóvenes –invadidos de temores e inseguridades– para entender cómo era la
sociedad y contexto de una época, en este caso de principios del siglo XX, es
muy habitual en el género novelesco. La diferencia estriba, y aquí está la
clave, en que solo es un medio, y no un fin; pues el elemento central no son
los personajes individuales, con buen criterio en la elección de sus nombres,
si no a quiénes están representando. Sin embargo, desde mi óptica, en ocasiones
los dramaturgos indagan en exceso en las historias personales y cuando intentan
extrapolar sus comportamientos estos quedan algo diluidos o son repetitivos, de
forma especial al final de la representación.
Mi temor principal antes de
visionar la obra era si, con la excusa del teatro interpelativo, podría
incluirse junto al pertinente y actual debate de la identidad europea, un
carácter aleccionador o alguna moralina de difícil explicación debido al
aumento de la ideologización. Me sobraron poco más de 10 minutos para descartar
miedos infundados. Este es uno de los motivos por los que se realizan funciones
para estudiantes dentro de la Campaña escolar de los Teatros del Canal. No
suelo describir al público asistente, pero en esta ocasión me alegró ver a
decenas de jóvenes entre los asistentes porque no hay punto de comparación
entre estudiar en clase la Primera Guerra Mundial y poder ser espectadores de
ella. Siempre bajo esta premisa: “el teatro no es escuela y el escenario no es
aula”, recogida en el programa de mano.
En lo relativo a la gramática textual, el
libreto está cargado de elementos simbólicos, siendo el título el mejor
ejemplo, de bellas metáforas, de frases sentenciadoras, algunas en forma de
prosa versada, y de profundas y constantes reflexiones. La mejor manera de
extraer toda esa sabiduría es compartirla con quienes hayan visto la obra. Así
queda reflejado en el programa de mano, obra de Álvaro Vicente. En esta ocasión no me refiero a la fina y moldeable
hoja de otras obras, donde ocupan más los nombres y fotografías de los
protagonistas que el texto; sino al tríptico divido en secciones, con lúcidas y
fundamentadas reflexiones que van en la línea del enorme y arduo trabajo de
documentación de ambos dramaturgos.
El encargado de materializar
el libreto es José Luis Arellano García,
como director escénico. Su nombre es conocido en el mundo de la interpretación
por ser uno de los referentes teatrales nacionales trabajando con jóvenes y director
artístico de La Joven Compañía desde su creación. En esta ocasión la mayor
dificultad, resuelta con acierto, es saber plasmar sobre el escenario, por un
lado, las características implícitas e identitarias de la Primera Guerra
Mundial y por otro, las peripecias, venturas y desventuras de los jóvenes
protagonistas. En este sentido, me fascinó cómo Arellano García, director de Elcurioso incidente del perro a media noche, es capaz de transmitir la idea
de la muerte como anónima (los soldados por primera vez en un conflicto bélico
no ven a quién matan), de la utilización
de gas como arma, del concepto de trincheras y, en definitiva, del avance
tecnológico. Además, de la conocida como la tregua de Navidad. Por otra, parte el director consigue sacar todo el talento de los
actores y actrices y ponerlo a disposición del público. Este puede sentir, por
ejemplo, cómo la propaganda bélica es capaz de penetrar en la mente de las
personas y hacerle sentir, como propio, el mensaje o cómo en situaciones
límites los sentimientos se magnifican.
El trabajo interpretativo
del reparto es soberbio. Conocía la fama de La Joven Compañía y su amor por la
cultura y el teatro pero no había tenido oportunidad de verlos en directo. Ahora
puedo afirmar que su juventud va acompañada de talento y experiencia. Desde el
primer instante daba la sensación de ser estos ocho actores quienes se habían
retrotraído a 1914 y convertidos en los soldados que fueron al frente. Los cinco
actores y las tres actrices recitan sus frases con seguridad y sin titubeos –no
suele ser algo digno de mención si no fuera por la complejidad y extensión de
los diálogos– representan escenas paralelas a ambos lados del escenario– e intercalan
sus frases como si estas no entendieran de bandos.
Resulta complicado destacar
a unos actores sobre otros porque todos están a un alto nivel interpretativo y
representan los diferentes arquetipos de la sociedad y las diferentes visiones
de los individuos ante un conflicto bélico. Como representantes teatrales de la
Triple Alianza están Helmut (José Cobertera) Klaus (Alejandro Chaparro) e Ingrid (María Romero). De Cobertera, destaco el carácter protector
imprimido en su personaje. Chaparro aporta
el toque chulesco y provocador y su escena postrado en la camilla es puro realismo
trágico. La erudición, actitud combativa, el progreso de la mujer, y su
mutación fruto del horror son muy bien interpretadas por Romero. El bando francés, como país integrante de la Triple
Entente, es representado por André (Víctor de la Fuente), Marcel (Mateo Rubistein) y Pierre (Jota Haya). De la Fuente aporta el toque romántico y
onírico a su personaje y a la obra en su conjunto. La vena artística, bonhomía y
fragilidad dadas por Rubistein a su
personaje son fabulosas. La actuación de Haya
es desde mi óptica una de las mejores de esta representación y su salida, un
tanto abrupta, marca un antes y un después. Da vida a un personaje profundo y
lleno de inseguridades que va superando. Comienza como un muchacho y finaliza
como un hombre. Cristina Varona como Erika es la viva imagen del prototipo de enfermera de hospital de
campaña. Proporciona algún momento divertido y rebaja, así, el tono dramático
imperante. Por último, María Valero sabe
llevar un papel complicado, pues su personaje, Masha, es quien muestra la cara del “sexo como labor social” en un
guerra.
La construcción
escenográfica a cargo de Silvia de Marta
es fría y funcional, formada por cinco grandes ventiladores metálicos y diez
paneles de aluminio suspendidos. Detrás está situada una gran pantalla donde se
proyecta el mapa de Europa y algunas frases explicativas. Este gran trabajo es
firmado por una fija en la videoescena, Elvira
Ruiz Zurita. Paloma Parro apuesta por una iluminación intimista con
predominio del contraluz y tonos negros, aunque algunas de las escenas vengan
marcadas por luz lateral. La perfecta caracterización, por Sara Álvarez, y vestuario de Silvia
de Marta, terminan de situar al espectador en el ambiente belicista de los
primeros años del siglo XX. Las guerras en Europa parecen algo del pasado,
ahora no se libran con armas en los campos de las poblaciones ni,
necesariamente, vienen precedidas de un asesinato. Aunque esto no signifique
que no puedan volver a producirse. Europa es hoy un gigante con pies de barro
con una identidad aún por moldear.
El Mapa de las ruinas de
Europa ahora
en el escenario, representado por un
joven y profesional reparto, envuelto en Barro
Autores:
Guillen
Clua y Nando López
Director: José
Luis Arellano García
Reparto: José
Cobertera y Samy Khalil, Alejandro Chaparro, María Romero, Víctor de la Fuente,
Álvaro Quintana y Mateo Rubistein, Jota Haya, Cristina Varona y María Valero
Lugar:
Teatros del Canal Calle de Cea Bermúdez, 1, 28003 Madrid
Contacto: https://www.teatroscanal.com/espectaculo/la-joven-compania/#tabs1-info
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