La sala San Juan de la Cruz
del Teatro de la Abadía queda imbuida por el universo felliniano con La Strada, la obra culmen del director
de cine y guionista italiano. Si disfrutaron de la película no deben perderse
esta adaptación teatral para extraer de forma más profunda el fuerte contenido
simbólico y presenciar una soberbia actuación de este trío de artistas.
La versión de Gerard Vázquez, nos lleva a la Italia
de la posguerra dibujada por Federico Fellini
en su obra. Entre los artistas de un circo ambulante sobresalen tres personajes
enfrentados a un destino precario cuyo final parece predestinado. Zampanov (Alfonso Lara), un hombre cruel y bruto, compra a una nueva e ilusa
muchacha, Gelsomina (Verónica Echegui), al aprovecharse de
la pobreza de la familia de esta y de la muerte de una de sus hermanas, para
acompañarle en su odisea como artista callejero. Su relación viene marcada por
la sumisión de la joven aunque poco a poco aflore un cariño mutuo. De la nada,
aparece El loco (Alberto Iglesias), otro artista del
circo cuya presencia y aires oníricos provocarán los celos de Zampanó, el cariño de la joven y un
trágico desenlace.
Como espectador, y crítico, siempre
es un placer disfrutar de una adaptación teatral del gran Federico Fellinin–merecedor del Oscar a la mejor película
extranjera en 1954– después de haber visto su película y admirado su trabajo.
Supongo que este sentimiento también es compartido por Vázquez, responsable de esta versión. En su caso, también podemos
añadir el componente de responsabilidad
y exigencia que supone llevar La Strada
al teatro. Gerard Vázquez, autor de
obras como Cansalada Cancel·lada, El somriure
del guanyador o quid pro quo,
realiza un magnífico trabajo y sabe extraer los momentos más profundos del
film, medir los diálogos, su densidad poética y dramática, ajustar el tiempo de
la representación e introducir algunos momentos cómicos. Por otra parte, entiendo
y comparto su decisión de situar como ejes centrales a los tres protagonistas;
sin embargo, desde mi óptica sí hubiera sido interesante abrir este relato
incluyendo más pasajes de la película e, incluso, incorporar algún personaje
más para descargar, así, la tensión narrativa posada sobre los principales,
como ocurre ligeramente y de forma virtual al final de la representación. En su
estreno La Strada fue acusada de “reaccionaria”
y demasiado “humanista” y son precisamente ambos calificativos los mejores para
acudir a ver la obra.
El libreto pide movimiento y
de ello se encarga Mario Gas. En otras
ocasiones, la dirección puede estar construida desde la libertad personal al no
haber nada predefinido; sin embargo en esta obra no sería aceptable ni acertado
apostar por ello y de hecho no ocurre. El trabajo de Gas, al frente de más de 50 obras teatrales, huele a Fellini. El director nicaragüense ha
sabido reflejar en dos de sus personajes, características implícitas de la
primera etapa neorrealista del maestro italiano, como la pobreza física y de
espíritu, la individualidad y tristeza de sus ciudadanos debido a la reciente
guerra y la relación entre estos y su entorno. Por otra parte, Gas, con más de treinta papeles en su
faceta como actor, no olvida el componente onírico, surrealista y algo
excéntrico conocido por todos como, felliniano. Este estilo puede verse
reflejado de forma más nítida en el personaje de El Loco o incluso en el
curioso recibimiento de los actores, quienes no solo representan su papel antes
de comenzar propiamente la obra, sino que –ataviados con narices rojas y
vestimenta negra– ayudan a tomar asiento a los espectadores para disfrutar de
este peculiar, y metateatral, circo. Esta carta de presentación y acentuar las
continuas metáforas de la obra, como si de una fábula se tratara, pueden ser el
sello particular de este director, quien consigue su objetivo: “dejar que la
escena hable por sí misma”.
Los tres personajes además
de la tristeza en el espíritu, más o menos acentuada, les unen la marginación y
su incapacidad comunicativa a través de la palabra. La joven dice de Zampanó, que “es un bruto, no piensa”.
Este dice de Gelsomina que “está
loca” y nadie comprende a El Loco.
Sin embargo, sí proyectan sus sentimientos de forma más cómoda a través de sus
respetivos instrumentos musicales y pueden darnos una ligera idea de la
personalidad de cada uno. Zampanó
con su tambor es rudeza, brusquedad estruendo. Gelsomina a manos de su trompeta representa el soplo desafinado de
alegría que aún queda en ella y El Loco con
su violín pone la nota triste y poética a su personaje y a la obra en su
conjunto. Los tres actores encargados de dar vida a estos artistas circenses
realizan un ímprobo trabajo, no vacilan en recitar su texto y sobre todo,
comunican sus emociones con su marcada gestualidad facial y corporal. De hecho,
al principio de la obra solo con su cuidada mímica son capaces de transmitir más
que con algunos diálogos.
Alfonso
Lara
da vida a Zampanó, el arquetipo de
bestia inmoral, fría y egoísta con toques esperpénticos. Estos adjetivos son
muy bien interpretados por este actor, director y guionista español, aunque su
carácter bonachón en ocasiones se lo impidiera. Su personaje va evolucionando a
medida que avanza la obra y por ello, al final de la representación es posible
que el público mientras aplaude a Lara
exonere de culpa a su personaje. En ese cambio influye sobremanera el papel
interpretado por Verónica Echegui.
De hecho, ella va marcando los compases de la obra cumpliendo así otra
característica de la obra de Fellini,
la mujer como protagonista principal. Esta actriz, participante en más de una
veintena de películas y series televisivas, representa de forma sensacional a Gelsomina, una muchacha resiliente, ingenua
y dulce que a pesar de ser maltratada por la vida expela optimismo. Es la parte
pura y sin filtros de nosotros mismos pero también es la encargada de
ejemplificar el oxímoron de la tristeza del payaso. Gelsomina ejerce de contrapunto de Zampanó y de nexo de unión con El
Loco. En la película, el personaje femenino fue interpretado por la mujer
de Fellini, la actriz italiana Giulietta
Masina, aunque sin lugar a dudas este papel me recordará siempre a Echegui.
Por su parte, Alberto Iglesias se mete en el papel de
El Loco, un trapecista a quien Zampanó no soporta debido a rivalidades
pasadas. Este personaje se mueve en la línea de lo irónico y surrealista y
representa a la parte onírica de nosotros mismos. De hecho, consigue conectar
con Gelsomina porque estimula su
faceta soñadora, ayudado por la música, y ambos crean una atmósfera romántica. Además,
Iglesias, curtido actor de cine y
televisión, borda los movimientos errantes de su personaje y desafía al público
dando la espalda como si fuera El violinista en el tejado capaz de humanizar y
calmar con sus notas la tristeza, el hambre, la miseria y el patetismo humano.
En esta obra importa tanto
el qué como el cómo. El trabajo conjunto del equipo técnico recrea con la escenografía,
la videoescena, la iluminación y la música el universo felliniano. Juan Sanz, con la ayuda de Rocío de Labra, apuesta por un
escenario de fondo negro con una parquedad de ornamentos, decisión pertinente
dada la pobreza física y espiritual de los protagonistas. Me gusta la presencia
del carro circense y cómo sus movimientos dan paso a la filmación. De igual
forma, considero acertado los tres paneles móviles y el perfecto
aprovechamiento de los distintos ángulos de dicha estructura.
Contar con Álvaro de Luna y Elvira Ruiz Zurita al frente de la videoescena es sinónimo de
éxito, como lo siguen demostrando en El
curioso incidente del perro a medianoche. En esta ocasión destaco su
inteligencia, acorde con la de Gas,
por introducir fondos y efectos reales, como el del mar o paso del tren, y
conseguir que los protagonistas interactúen con ellos mismos y con otros
actores a través de las tres pantallas, como ocurre con la actriz Gloria Muñoz, la dueña del bar donde se refugia Zampanó y le hace enloquecer. Por su parte, Felipe Ramos apuesta por una iluminación intimista con predominio del
contraluz y tonos negros aunque algunas de las escenas vengan marcadas por luz
lateral. Por último, el perfecto espacio sonoro, creado por Enrique Mingo, y la magnífica banda sonora de Orestes Gas, nada que envidiar a la usada por Nino Rota en la
película, terminan de encumbrar esta representación. Si Fellini estuviera con nosotros estaría orgulloso de esta
adaptación.
La Strada es lirismo fílmico, aire neorrealista y
sentimentalismo a flor de piel gracias a una soberbia actuación de este trío
actoral.
Autor: Federico Fellini
Versión: Gerard Vázquez
Reparto: Alfonso
Lara, Verónica Echegui y Alberto Iglesias
Lugar: Calle
de Fernández de los Ríos, 42, 28015 Madrid
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