Existen pocos conceptos tan
inabarcables y complejos como el arte. Podría decir que es subjetivo pero
pecaría de relativista porque no tendría en cuenta los fundamentos y aspectos
puramente objetivos y casi empíricos del conjunto de disciplinas que engloban
el término. Sin embargo, como todo en la vida existe una evolución que va más
allá de los catedráticos y sus manuales. No es mi intención posicionarme en
algunas de estas posturas, precisamente defendidas por los protagonistas de
esta historia, pero sí es mi trabajo realizar una crítica de Rojo y por ello, calificaría de Arte, en
mayúsculas, esta obra representada en el Teatro Español.
John
Logan, autor de la obra, gracias a la traducción de José Luis Collado, nos sitúa en el
Nueva York de finales de los años 50. A Mark
Rothko (Juan Echanove), uno de
los grandes representantes del llamado Expresionismo Abstracto, le ofrecen
pintar una serie de murales, por una cuantiosa cantidad de dinero, destinados a
decorar las paredes del elitista restaurante Four Seasons de Nueva York. Esta
proposición excede de lo puramente laboral para convertirse en un dilema ético
para el pintor. Aceptar sería claudicar en lo que cree y no hacerlo sería darle
satisfacción a quien se lo ha pedido pero también mostrar su férreo rechazo a que
un nuevo movimiento, el Pop Art, destrone a su concepción del arte, como su
generación hizo con los cubistas predecesores. En su decisión de rechazar tal
encargo influirá su joven ayudante, Rothko
(Ricardo Gómez), quien mostrará
su visión particular del arte y le dirá unas cuántas verdades incómodas
difíciles de digerir.
Resulta complicado
categorizar en un género concreto Rojo,
representada por primera vez en España, pues en cierto modo sería encorsetar el
texto de Logan a unos parámetros que
su propia obra trata de romper. De forma genérica, sí podríamos encuadrarla en el
subgénero del teatro actual, entendido como aquellas obras de reciente
creación, esta fue estrenada en 2009, surgidas como consecuencia de la
renovación del lenguaje escénico y que pretenden interpelar de forma directa al
espectador, sin filtros ni intermediarios.
El libreto de John Logan, dramaturgo y guionista con
conocidas obras como como Gladiator, El último
samurái, El aviador o Skyfall, encierra una enorme sabiduría y
una gran riqueza estilística por múltiples motivos, recogidos, a mi modo de
ver, en el concepto de metalenguaje artístico o simplemente meta-arte. Con este término quiero hacer referencia al
lenguaje, con sus respectivas técnicas y recursos, empleado para abordar
aspectos propios del mismo arte e incluso de disciplinas afines. En este
sentido, podemos entender la obra de Logan,
como un gran cuadro, donde los brochazos son las frases del texto y los
artistas los encargados de llevarla a cabo porque todo lo que ocurre en el
interior de esos dos personajes también se representa en el escenario y ellos
mismos, precisamente, pintan un mural.
Esta obra es una masterclass
del concepto del arte y, aunque se centra en la pintura, todo su contenido
puede ser extrapolable a cualquier disciplina artística. O ¿no es necesario
acudir a los filósofos clásicos para entender conceptos cotidianos? En esta
línea, encontramos una crítica implícita a la obstinación, cerrazón y parálisis
del individuo, resumida en esta inspiradora frase: “el movimiento es la vida”. De
forma indirecta, Logan también plasma
la necesidad del relevo generacional y pone el foco en la importancia, igual
excesiva, que damos a los colores y su capacidad para hacernos recordar y
evocar un momento concreto de nuestras vidas. Antes hice referencia a la
interpelación directa del público como rasgo del teatro actual; pues más allá
de la profundidad del libreto y de las diatribas sobre las corrientes
artísticas, de forma latente hay una pregunta de aparente simpleza dirigida al
espectador: ¿Qué es para usted el arte?
La profundidad del libreto
es directamente proporcional a la complejidad en la dirección artística y esa
difícil tarea recae en Juan Echanove, quien logra la clave del éxito. Este reconocido actor y
director, con innumerables e inolvidables trabajos en teatro, cine y
televisión, ha entendido el libreto y ha encontrado la forma de ponerlo a
disposición del público. Puede parecer una reflexión estulta o aplicable a
todas las representaciones pero no lo es de ningún modo; si Echanove no hubiera tenido un cuidado
en la colocación sobre el escenario de su personaje y su acompañante, ambos
habrían vagado sin rumbo por el escenario, dada la dimensión abstracta y
contemporánea de la representación. Por otra parte, en su faceta como director,
ha sabido otorgar verdad, sentimiento y pasión constante a los diálogos y sacar
lo mejor de sí, de él como actor y de Ricardo
Gómez. Sin los anteriores calificativos la obra hubiera naufragado.
Durante hora y media los
ojos de los presentes no se despegan de los dos únicos actores de Rojo, galardonada con seis premios Tony (incluido
el de Mejor Obra). Cuando se presentan, uno ya no puede ser entendido sin el
otro y aunque sus personajes no lo reconozcan se retroalimentan, complementan y
necesitan saber la aprobación o rechazo en cada una de sus acciones. Sus
discusiones dialécticas de alta densidad sobre sus particulares visiones del
arte son apasionantes y fruto del éxtasis y de los arrebatos, de locura o lucidez,
algunas de las frases van acompañadas incluso de saliva. La mejor metáfora de
sacar todo de sí. La obra se estructura en cinco escenas y en cada una de ellas
vemos la constante evolución de los personajes, pero el punto de inflexión y
sobre el que pivota la representación está precisamente en el título de la
obra. Parafraseando y adaptando la frase de James Carville, usada en la campaña de Bill Clinton en 1992, lo
resumiría como: “Es el rojo, estúpido”.
Juan
Echanove se viste de Mark
Rothk, un personaje real y máximo exponente del Expresionismo Abstracto. Su
carácter hosco, su violencia verbal y su actitud altiva, petulante y soberbia
contrastan con su inmensa capacidad de crear. Esa doble condición es
genialmente interpretada por Echanove,
quien recita su texto con una voz ronca y rasgada por la afición de su
personaje a los cigarrillos. Con independencia de sus formas y su visión
anticuada, estática y monopolista del arte (solo es arte lo que él considera
arte), comparto algunas de sus frases como la manía de resumir el pensamiento
del individuo en manidas expresiones como “bien” o en monosílabos como “sí”.
Volviendo al terreno interpretativo, Echanove
va adaptándose a las circunstancias de Mark
Rothk y su rostro va pasando de la seguridad y alegría, dada la
superioridad moral e intelectual que le otorga ser el maestro, a la vergüenza
porque su discípulo vaya definiéndole su modo de entender el arte y, en
definitiva, su modo de ser. Tanto es así, que termina declinando la propuesta
de exponer sus murales en un restaurante de “burgueses” porque sus cuadros
deben inspirar reflexión y profundidad y no ser una muestra de la
mercantilización del arte, expresiones no compatibles con el clima imperante de
opulencia y disfrute del lugar. Su personaje también viene marcado por otro
pintor real, Jackson Pollock, al que
invito a los asistentes a conocerle.
Con Ricardo Gómez he sentido una sensación que no experimentaba en el
teatro desde hace tiempo. Su rostro no deja de reflejar sinceridad, inocencia
–que no inmadurez– y capacidad de escucha activa. Gómez, a través de su fama televisiva pero también en su andadura
teatral, ha demostrado ser –como el personaje al que da vida– una gran esponja
capaz de absorber los conocimientos de sus compañeros de profesión. Echenove, desde su profesionalidad y
experiencia, ha reconocido que cuando le llegó el papel no pensó en el actor
madrileño pero por su evolución confió en él. Vista su actuación, la decisión
fue acertada. Gómez, participante en
obras como El señor Ibrahim, Las flores
del Corán o La Orestiada,
interpreta a Rotko, un aprendiz –hoy
los llamaríamos becario– ilusionado, enamorado del arte y deseoso de aprender
de uno de los mejores pintores de la época. Su juventud y su triste historia
personal le llevan, en ocasiones, al importuno y a la actitud irreverente, aunque
sus frases estén cargadas de verdades incuestionables. Gómez es el aire fresco de la obra, la renovación del arte en su
papel y en su carrera como actor y la garra contenida que poco a poco va
soltando para hacer cierto el refrán de que el aprendiz supera al maestro.
En el arte, como en esta
obra, es tan importante el qué –mensaje– como el cómo –forma de expresarlo–.
Para ello, Alejandro Andújar,
diseñador escenográfico, reconstruye con fidelidad y realismo el estudio del
pintor presidido por un gran lienzo y cuida hasta el mínimo detalle, como los postérs de la época ubicados en la antecámara de la sala. Invito, de nuevo, a los espectadores a
descubrir la relación entre Mark Rothk y
su “búnker”, como llega a describirlo su asistente, y a relacionarlo, por ejemplo, con el
mito de la caverna de Platón. La música de corte clásico, seleccionada por Gerardo Vega, no solo es un elemento
accesorio dinamizador de la obra, si no también es la encargada, en un instante muy concreto, de marcar la coreografía de los actores sobre el lienzo. Uno de
los momentos estelares de la representación. Permítanme la broma si afirmo que
el técnico de luces no tiene mucho trabajo en la obra porque los encargados de
ejecutar algunos de los cambios lumínicos, diseñados por Juan Gómez Cornejo, son los propios actores. Este elemento, la luz,
será un nuevo foco de discusión entre los protagonistas cuyos actores brillan
por sí mismos.
El
Arte de Juan Echanove y Ricardo Gómez viste de Rojo
Alberto Sanz Blanco
Periodista
Autor: John Logan
Director: Juan Echanove
Traductor: José Luis Collado
Reparto: Juan Echanove y Ricardo Gómez
Lugar: Teatro Español (Plaza Santa Ana, Calle del Príncipe, 25, 28014 Madrid)
Contacto: https://www.teatroespanol.es/programacion/rojo
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