Ser culpable y sentirse
culpable son escalas diferentes aunque una pueda venir precedida de la otra. Las
causas son infinitas pero la presión, los juicios mediáticos y el abuso de
poder suelen ser un hilo común ligado a la culpabilidad. Estas tres
características son precisamente el eje central de esta obra representada en el
Teatro Bellas Artes.
David
Mamet, a través de la versión de Bernabé Rico, nos invita a conocer el drama de Charles (Pepón Nieto), un
psiquiatra requerido a declarar en favor de un paciente responsable de cometer una
masacre. Su ética le lleva a negarse a hacerlo, a pesar de las súplicas de su
mujer Kate (Ana Fernández) los
consejos de su amigo Richard (Miguel Hermoso), de las exigencias de una abogada (Magüi Mira) y de una
fuerte presión social. Esta decisión le lleva al ostracismo profesional desencadenando
una espiral de acontecimientos que convulsionará no sólo su vida, sino la de la
persona que más quiere.
La sinopsis me impactó antes
de visionar la representación. No es frecuente que el centro de una trama
teatral nazca a raíz de una negación del protagonista como huida de un
conflicto. Estamos, por tanto, ante un doble drama (la masacre cometida por un
joven y la decisión del psiquiatra a negarse
a declarar a su favor). Esta ingeniosa construcción de uno de los dramaturgos
más influyentes del momento es un buen motivo para acudir a ver la obra. En
esta ocasión resulta pertinente remarcar la nacionalidad estadounidense de David Mamet,
autor y adaptador de obras como Muñeca de
porcelana, Razas u Oleanna, pues muchas de las
problemáticas y derivadas dramáticas son de primer orden en el continente
americano. No pretendo establecer escalas morales entre territorios pero desde
mi óptica, algunos de los conflictos de la trama (como la contraposición entre
el juramento profesional y el código deontológico o las implicaciones
personales en la actividad laboral) ya han sido superados y, por tanto, los
calificaría de estériles y algo exagerados.
En La culpa casi lo menos importante es el elemento central (negación
del psiquiatra a declarar) sino todas las consecuencias y reacciones surgidas
por su decisión. Precisamente, una de las técnicas más utilizadas en el teatro
existencialista, para expresar diferentes situaciones y sentimientos, dejando,
así, a un lado el tema. Si antes tenía dudas sobre el realismo de algunos
conflictos, en este punto es justo lo contrario. Tanto Mamet como Rico,
polifacético director, productor, adaptador y guionista, saben dibujar el
contexto global, los poderes fácticos y la influencia social, causantes, todos
ellos, del efecto conocido como bola de nieve.
Por otra parte, resulta
lúcida la reflexión de los medios de comunicación, más concretamente del Modelo
Liberal, como cuarto poder y maquinaria de propaganda recogida en esta frase: “No
se puede luchar contra el poder de los medios de comunicación. No se debe”. De
igual manera, la obra describe de forma certera el poder de la presión social,
expresado como juicio, y la dificultad de caminar en sentido opuesto de la
opinión mayoritaria, aunque esta última haya formado su juicio sin conocer
todas las aristas de un problema. En definitiva, lo menos importante es la
verdad mientras haya bandos, puerilmente identificados como buenos y malos,
protagonistas y antagonistas. Todos estos elementos hacen que estemos ante una
obra de gran carga psicológica y de alta tensión dramática contenida en poco
más de una hora, donde el final de la representación no termina en la sala sino
en las reflexiones posteriores del espectador.
La conexión entre dramaturgo
y director es un valor intangible pero sirve de gran ayuda para que este último
pueda plasmar sobre las tablas el contenido del texto. Destaco esta
concomitancia porque Juan Carlos Rubio
ya ha dirigido obras, como Muñeca de
Porcelana, escritas por David Mamet,
y se nota. Este multipremiado director al frente de más de una decena de obras
mide los movimientos de los dos actores y actrices sobre el escenario y, en
pocos pasos, consigue que saquen todo su torrente interpretativo. Si el libreto
tiene fuerte carga psicológica, Rubio
plasma la actuación del reparto como si de una partida de ajedrez se tratara.
El rasgo más llamativo es la presencia espiritual de algunos de los actores mientras
los otros mantienen una conversación para acto seguido desdibujarles y comenzar
nuevos diálogos. Un juego para el espectador y elemento aportador de realismo
existencial.
El reparto realiza una
magnífica interpretación y, a pesar de representar a personajes con visiones
distintas, su actuación viene marcada por una tristeza de espíritu. El mayor
exponente de este nihilismo existencial, como si de una obra de Becket se
tratara, es Charles, un psiquiatra
de fuertes convicciones morales y religiosas, interpretado por Pepón Nieto. Puede sonar tópico pero
por la evolución de su carrera y de sus últimos trabajos, este papel lleva
tatuado el nombre de Pepón, un
todoterreno de las artes escénicas. Este actor de teatro, cine y televisión
basa su actuación en un agobio constante e
in crescendo ante su negación de exculpar de responsabilidad al que fuera
su paciente. Su personaje tiene una respuesta, o justificación, para cada
pregunta igual que el actor un movimiento para expresar pesadumbre. A su lado
le acompaña Ana Fernández como Kate, su esposa. Una mujer superada por
la situación, con un agobio superlativo y con una postura contraria a la de su
marido. Fernández, con más de un
centenar de trabajos en cine y teatro representa de forma sensacional, por
exigencias del guion, a un personaje histriónico, exagerado y fuera de sí.
Recomiendo a los espectadores no juzgar sus acciones porque tienen una explicación
humana.
Complementan el relato Miguel Hermoso y Magüi Mira. El primero da vida a Charles, un abogado y amigo del protagonista. Su actitud fría,
cínica y corrupta, bajo un caro traje, son plasmadas con maestría por este
versátil actor formado en teatro musical y con innumerables papeles en teatro,
microteatro, cortometrajes y seriales televisivos. Por último, en orden de
aparición, Magüi Mira se viste de
abogada defensora del joven criminal. Es una lástima que esta
multipremiada actriz y directora
aparezca en el ocaso de la representación porque me hubiera gustado disfrutar
más de su fuerza, energía y vitalidad escenénicas.
En este tipo de obra donde
convergen lo psicológico y dramático, la ambientación es esencial como elemento
potenciador de ambas. La construcción escenográfica a cargo de Curt Allen Wilmer me fascinó desde el
inicio. Tanto su idea de emular una caja metálica, cerrada y claustrofóbica con
telas blancas, como la de representar el fondo de la librería particular del
psiquiatra. Además, de forma oportuna algunos personajes permanecen entre el
decorado y el final del escenario creando juegos visuales muy atractivos. La
música entre acto y acto, la iluminación, y en ocasiones la ausencia de la
misma, por José Manuel Guerra,
también son bien implementadas. En definitiva, libreto, dirección y recursos
técnicos crean La culpa.
Presión,
juicios mediáticos y abuso de poder de la mano de cuatro profesionales generan La Culpa
Alberto Sanz Blanco
Periodista
Periodista
Autor: David Mamet
Director: Juan Carlos Rubio
Reparto: Pepón
Nieto, Ana Fernández, Magüi Mira, Miguel Hermoso
Lugar:
Teatro Bellas Artes (Calle del Marqués de Casa Riera, 2, 28014 Madrid)
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