Cuando nuestra vida
transcurre sin cambios deseamos que algo ocurra para romper la monotonía pero
cuando ese algo sucede no siempre estamos preparados para aceptarlo. ¿Dejar atrás
todo y comenzar algo nuevo?, ¿Los vínculos tienen fecha de caducidad?, ¿Podemos
tenerlo todo y sin embargo sentirnos vacíos?, ¿Cuando los fantasmas del pasado
vuelven, debemos abrirles la puerta? Estas son algunas de las muchas cuestiones
que nos plantea esta lúcida representación ubicada en la sala Francisco Niebla
del Teatro Valle-Inclán.
Las cristaleras de este
recinto teatral nos anticipan una obra transparente, sin filtros y de carácter
vital. Alberto Conejero, autor y
director de la representación, nos invita a partir con Joan (José Bustos) y Laia (Eva Rufo) desde Barcelona hasta un pequeño pueblo del sur para
asistir al entierro del padre del primero, del que nada ha sabido en toda su
vida. Este viaje será la prueba de fuego para esta pareja, la única oportunidad
para descubrir quién es realmente Joan
y rehacer, así, las piezas de su puzzle. Su historia permite descubrirnos la de
otros hombres y mujeres, como el matrimonio formado por Antonio (Juan Vinuesa) y Beatriz (Zaira Montes), la de Samuel (José Troncoso), un viejo amigo de Antonio, y la de Emilia (Consuelo Trujillo) la madre de Beatriz. Un juego de
fichas que hace honor al título de la obra.
Qué fácil es utilizar el
símil de un viaje para referirnos a una historia dinámica y en diferentes
ambientes pero qué difícil es materializarlo en un texto de 80 minutos y,
además, hacerlo creíble. Esta es la primera virtud del libreto de Alberto Conejero, uno de los
dramaturgos más exitoso del momento con obras como Todas las noches de un día, La
piedra oscura o Ushuaia. Su texto
respira verdad. Como reconoce en el programa de mano, la inspiración proviene
“de un recuerdo de juventud que mi madre compartió conmigo” y agradezco que
ahora desee compartirlo con todos los espectadores. Como nos tiene
acostumbrados Conejero, en sus
textos incluye reflexiones sociológicas y vitales formuladas bajo una exquisita
prosa poética; en esta ocasión algunas formuladas en catalán y relacionadas con
los eternos vínculos familiares, las diferentes formas de amar y de expresarlo
y, en definitiva, las distintas concepciones de entender la vida. Una muestra
más de la concomitancia entre artes como la filosofía, poesía, el teatro o la
música. Pues la obra también nos permite disfrutar de fragmentos musicales de Mariano Marín y estampas marinas en
movimiento, gracias a los recursos audiovisuales diseñados por Bruno Praena.
Otro sello de identidad de
este dramaturgo es el de construir el relato con saltos temporales imprimiendo,
así, un aire onírico y mágico. Como luego ampliaré, otra de las bellezas de
esta obra es la profundidad de los personajes. Sus vidas, parecen, también, no
coincidir en la misma línea temporal y transcurrir en universos distintos. La
incomunicación no les permite conocerse y entenderse pero, a su vez, les une. Los
tempos de la representación son perfectos y en poco menos de hora y media
iniciamos un viaje, disfrutamos del contenido, conocemos a sus protagonistas y
regresamos al punto de partida. El mejor y más actual ejemplo de racconto
teatral. En definitiva, Conejero teje
una historia para embarcarse, alejarse de los ruidos y disfrutar de un
romanticismo inteligente y de un relato estructurado y de belleza estilística
que transmite paz.
La dirección también recae
en este dramaturgo, licenciado en Dirección de Escena y Dramaturgia por la Real
Escuela Superior de Arte Dramático y doctor por la Universidad Complutense de
Madrid, y va en la línea del simbolismo suntuoso del libreto. Lo más llamativo
es que una vez que los personajes pisan el cuadrilátero de tierra rojiza,
potenciado por la iluminación y los claroscuros de David Picazo, no lo abandonan y van sentándose en los dos bancos
ubicados a ambos lados del escenario de fondo negro, como si ellos quisieran
ser, al igual que el público, espectadores y observadores externos de sus
propias vidas. De nuevo, la puesta en escena respira realismo y verdad. Los
tres actores y actrices están a un alto nivel y no hay ni un pero en su
interpretación. Como antes hice referencia, sus respectivos personajes caminan
entre la incomprensión, que conduce al exilio, y el desánimo con visiones
enfrentadas de la vida puestas en conflicto bajo diálogos encriptados. Estamos,
por tanto, ante papeles de gran complejidad emocional muy bien conducidos por
parte del elenco.
El vínculo del relato, al más puro estilo lorquiano, comienza con el matrimonio formado por Joan
y Laia. El primero es
interpretado por un gran José Bustos.
Este actor y pianista, participante de series televisivas, da vida a un
personaje misterioso y abrumado por la muerte de un progenitor que nunca
ejerció como padre. Bustos clava la
cara de desconcierto ante la falta de información. Resulta bello ver la metamorfosis
de su personaje porque coincide con la de su actuación que culmina con el
alivio y la satisfacción. Eva Rufo se
viste de Laia, una mujer también
misteriosa que ahonda en la debilidad emocional de Joan. A pesar de sus trabajos en cine y televisión, la trayectoria
de Rufo va ligada al teatro clásico,
participante en más de una veintena de obras, y demuestra cómo un personaje de
apariencia secundaria puede influir tanto en La geometría del trigo.
Desde mi óptica, uno de los
papeles más complejos recae en Zaira
Montes. Esta actriz de gran formación con participaciones en teatro y
series televisivas, da vida a una mujer alegre de apariencia rural y supeditada
a la felicidad de su marido, pero en el transcurso de la historia conocemos a
una mujer fuerte, decidida y con carácter. Esto en el terreno interpretativo, Montes lo conjuga con escenas donde
predomina el tono jocoso y desenfadado con instantes donde lo trágico sale a
luz. Más allá de su personaje también ejerce de narradora interna con monólogos
ejecutados con realismo y determinación. A su lado está Juan Vinuesa que da vida a Antonio,
un minero resignado; un sufridor nato de apariencia y voz mohína. Vinuesa, quien compagina su meteórica
carrera en teatro y cine con el periodismo teatral, sabe mantener y sostener la
actitud triste y alicaída de un personaje estancado movido por la inercia, pues
un error bastante frecuente en este tipo de papeles es que el abatimiento y
tristeza se proyecte en la actuación del artista. Además, me gustó
especialmente la escenificación de la lucha interna de Antonio ante una proposición inesperada que rompe todos sus
esquemas.
La voz de la experiencia
viene de la mano de Emilia a quien
da vida Consuelo Trujillo. Esta actriz,
maestra de actores y directora de teatro comparte sabiduría vital con un
personaje marcado por paradigmas arcaicos en contra del avance de la sociedad. Trujillo recita con pasión y fuerza
dramátic frases sentenciadoras, que esconden chantaje emocional y una defensa
a ultranza del vínculo entendido como un valor familiar inmaterial. He dejado,
a propósito, para el final a Samuel,
personaje interpretado por José Troncoso.
Su entrada supone la ruptura mental, como el agujero del mural de fondo
propuesto por Alessio Meloni, de
algunos personajes; más aún cuando propone restaurar el viejo molino del pueblo
para crear un paraje rural, como podemos escuchar en el tráiler promocional. Troncoso, con más de una decena de
obras de teatro, y participaciones en cine y televisión, aporta aire fresco,
romanticismo, frescura e inocencia a su personaje y a la obra en su conjunto.
Con su papel nos recuerda que de forma inesperada pueden surgir proyectos,
ilusiones y, además, servir de excusa para recuperar un vínculo que parecía enterrado.
Por mi parte, les recomiendo que no pierdan la oportunidad de visionar esta
representación.
Con
este relato vital nacido del viaje al interior de sus personajes o de nosotros
mismos disfrutarán y conocerán La
Geometría del Trigo
Alberto Sanz Blanco
Periodista
Autor
y director: Alberto Conejero
Reparto:
José Bustos, Zaira Montes, Eva Rufo, José Troncoso, Consuelo Trujillo y Juan
Vinuesa
Lugar:
Teatro Valle-Inclán, sala Francisco Niebla (Calle de Valencia, 1, 28012)
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