Cuántas veces habremos
imaginado un acontecimiento en nuestra mente mientras en la realidad sucedía
algo radicalmente opuesto. Una especie de paréntesis vital donde refugiarnos
cuando las cosas no suceden como nosotros queremos. Minutos perdidos
para unos, técnica de escape para otros y ensoñaciones para todos. El Teatro
Fernán Gómez y la distribuidora SEDA nos permiten disfrutar de este mundo
paralelo en forma de drama musical.
Fernando
Soto
firma esta adaptación teatral de la multipremiada y conocida película de Lars von Trier, Dancer in the dark, y nos invita a conocer la vida de Selma (Marta Aledo), una inmigrante y madre soltera cuyo único modo de
vida es trabajar en una fábrica de un pueblo de los Estados Unidos con el fin
de ahorrar el dinero suficiente para poder operar de la vista a su hijo Gene (Álvaro de Juana) pues sufre de una enfermedad degenerativa
que ella también padece. Su principal vía de escape es soñar con ser la
protagonista de un musical hollywoodiense aunque, sin saberlo, en cierto modo ya
está haciendo realidad su sueño. En su vida también están presentes un
matrimonio formado por Bill (José Luis Torrijo) y Linda (Inma Nieto), su mejor
amiga Kathy (Luz Valdenebro) y Jeff (Fran Calvo), un hombre interesado por Selma. Unos desafortunados acontecimientos llevarán a la
protagonista de esta, su, historia a un
mortal calvario.
Como suele ocurrir con las
mejores películas, la crítica de este film danés recibió tantos reproches como
halagos; algunos pusieron el foco en el excesivo melodrama mientras que otros
destacaron una historia de vida y superación. Sea como fuere tanto la versión
cinematográfica como esta adaptación teatral presenta unos contenidos
poderosamente humanos y actuales: la abolición de la pena de muerte, la
sociedad capitalista y la consiguiente obsesión por lo material, el concepto de
inmigración, la disolución de fronteras y por encima de todos, valores como la
fraternidad, el perdón, el amor y la bondad y confianza sin límites ni condiciones.
Una adaptación teatral de
una película debe basarse, desde mi óptica, en dos postulados: ser fiel a la
cinta original en trama y personajes e incluir una mirada personal del adaptador.
En Bailar en la Oscuridad, Fernando Soto cumple ambas premisas.
Este director y actor, licenciado en Arte Dramático en la RESAD, afronta esta
representación desde la modestia y reconociendo que: “la película posee una
identidad tan poderosa y es de una belleza y dureza sobresaliente”. Antes de
entrar a valorar su trabajo y el del reparto felicito de antemano su humildad y
la genial idea de llevar este film a los escenarios. Con la amplia cartelera
teatral madrileña es difícil destacar pero Soto
lo consigue al presentar un drama humano musicalizado.
El sello de identidad propio,
al que antes hacía referencia, el director lo resume en: “La lucha entre los
dos mundos de la protagonista”. Es decir, Soto
–director de montajes como La casadel lago, Ay Carmela o Trainspotting–
pretende que el espectador entienda y
viva los paréntesis mentales de Selma como
un ejercicio de evasión y escape. El director no solo lo logra, sino además
consigue crear escenas bucólicas bajo ritmos musicales fuertemente marcados con
coreografías grupales. De este modo, el público percibe como propio el
contraste entre el mundo real, gris y escaso de luz que rodea a la protagonista
y el idílico, donde lo onírico se fusiona con canciones y números de baile con
un aire de realismo mágico. Esta disociación puede parecernos ficticia o
incluso ridícula pero es uno de los cimientos de disciplinas como la teoría
literaria o incluso ramas como la psiquiatría o filosofía.
Otra de las virtudes de Bailar en la oscuridad es personalizar
desde el inicio el relato. Es la protagonista quien cuenta su historia en
primera persona con alguna ruptura de la cuarta pared. Esto otorga, por un
lado, una fortaleza y realismo que no podrían lograrse de otra forma y, por
otro, un punto de vista subjetivo que le hace, al narrador, identificarse con la
protagonista y le impide interpretar de forma absoluta e imparcial los
pensamientos y acciones de los restantes personajes de la narración. Sin
embargo, no me convence tanto los ritmos y tempos en relación a la intensidad
dramática del libreto. No estamos ante una obra larga, más de hora y media, pero
la lentitud se apodera en algunos instantes del ritmo cinematográfico de las
escenas y eso genera una cierta impasividad en las momentos de mayor dramatismo;
dicho de otro modo, la carga trágica va diluyéndose de forma progresiva.
Los encargados de
materializar el libreto son los cuatro actores y tres actrices. A pesar de las
diferencias en sus personajes, los siete representan los papeles con gran
delicadeza y carga emocional. La protagonista de la historia y quien pone el
listón interpretativo más alto es Selma,
a quien da vida Marta Aledo. Esta
actriz, licenciada en imagen y sonido y con más de una veintena de apariciones
en series televisivas y largometrajes, representa de forma sobresaliente la
personalidad cristalina de Selma, su
fortaleza ante la vida, su generosidad para con los demás, su constancia y actitud
inocente y soñadora. Personaje y actriz demuestran ser mujeres todoterreno. El
primero por llevar implícitas cargas familiares, laborales y ser azotado por
una enfermedad ocular degenerativa y la segunda por su versatilidad a la hora
de cambiar de registro y por la perfecta combinación del canto y baile. Para Selma lo más importante de su mundo es
su hijo, Gene representado por Álvaro de Juana. Este personaje
no tiene demasiado texto en la obra pero la presencia simbólica es total. De Juana,
que a pesar de su juventud cuenta con gran formación en el teatro musical con
papeles en El Rey León y Billy Eliot, imprime sensibilidad al
libreto y también dota a su personaje de la misma fortaleza que posee su madre.
La experiencia de este joven actor en
musicales queda palpable por una sensacional ejecución de un número de claqué.
El matrimonio formado por Bill y Linda es el encargado de torcer, aún más la vida de la
protagonista. El primero es interpretado por José Luis Torrijo, actor de enorme trayectoria en teatro (Esto no es la casa de Bernarda Alba),
cine (La Soledad por quien obtuvo un
Goya al mejor actor revelación) y series televisivas (Amar es para siempre). Torrijo
da vida a un alicaído y depresivo policía cuya forma de vida no es la que
dice ser. De su actuación destacaría el misticismo imprimido en un personaje al
que no llegamos a conocer del todo aunque sus acciones le delaten. Por su
parte, Linda es interpretada por Inma Nieto. De nuevo, su papel también viene marcado por la incógnita
constante como mujer de Bill y
supuesta amiga de la protagonista. Pero esta actriz, de amplia trayectoria
sobre las tablas con montajes como La
Celestina, Entremeses o El Principito, brilla en su otro papel
de funcionaria de prisiones como acompañante de Selma, es la viva imagen de un ángel de la guarda.
La amistad sin cortapisas y
la atención permanente son representadas por Luz Valdenebro, como Katy. Reconozco que me costó entender
la forma de actuación de esta actriz –con participaciones en El jurado, El estanque o Dos claveles–
por su escasa fuerza interpretativa, pero los valores de la amistad de su
personaje solo pueden ser interpretados desde un segundo plano y son las
acciones desinteresadas quienes marcan su papel y donde puede observarse la
calidad y bonhomía de esta actriz cordobesa. En la misma línea se sitúa Jeff interpretado por Fran Calvo, actor con papeles en Casa de Muñecas o La Casa del lago, un personaje que siempre está ahí y sin saberlo
proporciona seguridad y cariño a la protagonista.
Por una cuestión puramente
organizativa suelo dejar para el final elementos como la música, escenografía o
diseño de luces y sonidos, pero si fuera por importancia, en esta ocasión
deberían estar situadas en las primeras líneas. La música, creada por Tomás Virgós para la ocasión, es un
porcentaje esencial en la obra, pues gracias a ella la protagonista es capaz de
evadirse, o refugiarse, de su vida y mostrar realmente sus sentimientos.
Además, otorga agilidad a la representación y, con las coreografías supervisadas
por Zoe Sepúlveda, sirve de ejemplo
de la mercantilización del trabajo y de las maratonianas condiciones laborales
con la implantación de la cadena de montaje. La escenografía, a cargo de Javier Ruiz de Alegría y Fernando Soto,
es funcional y refleja a la perfección los distintos estadios de la vida de la
protagonista. Por último, el diseño de iluminación, por Ruiz de Alegría, termina de poner el punto intimista y evocador de
esta gran representación.
En
Bailar en la oscuridad disfrutarán de una historia de vida bajo un
drama humano teñido de delicadeza y simbolismo
Alberto Sanz Blanco
Periodista
Autor: Patrick
Ellsworth / Lars von Trier
Director
y adaptador: Fernando Soto
Reparto:
Marta Aledo, José Luis Torrijo, Fran Calvo, Luz Valdenebro, Inma Nieto, Álvaro
de Juana
Lugar:
Teatro Fernán Gómez (4, Plaza de Colón, 28001 Madrid)
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