Impaciencia
de esperar algo que no llega. Sentimiento resabiado que conduce a la locura. Vacilación
vital por el desasosiego. Penas pasadas por miserias. Cambio de paradigma vital
ante la desesperación. Así son los marcos que encuadran algunas vidas y así es
esta obra representada en el Teatro Infanta Isabel.
Gabriel García Márquez resucita en los escenarios gracias a
la adaptación realizada por Natalia grueso.
Como relató el maestro de la literatura colombiana en 1961, fecha de la
publicación de la novela, esta obra nos cuenta la espera infinita de un viejo
coronel (Imanol Arias) y su mujer (Cristina de Inza) para obtener la pensión
prometida por sus servicios durante la Guerra de los Mil Días. Durante 15 años,
el coronel baja cada viernes a la oficina de correos con la esperanza de
obtener la carta que les sacará de la pobreza en la que vive el matrimonio, con
un gallo de peleas como mascota en honor a su hijo fusilado y única esperanza
de supervivencia. Sin embargo, la mujer responsable de correos (Marta Molina) no puede dársela porque quizá nunca llegue. El médico del
pueblo (Fran Calvo) y Sebas (Jorge Basanta), conocido del coronel, terminan de dibujar la ruina
de la pareja y la decadente sociedad en la que vive.
Para
los amantes del teatro y del arte en su conjunto siempre resulta bello visionar
una obra extraída de la novela corta escrita por el periodista, guionista y
editor colombiano Premio Nobel de Literatura, en 1982. La profundidad de sus
reflexiones, la hondura de sus personajes y el retrato, inspirado en hechos
reales, de una época con males endémicos aún latentes son algunos de los temas
que Carlos Saura, director de la
representación, lleva a escena. No incidiré sobre la responsabilidad de dirigir un clásico de la literatura universal porque la experiencia
y maestría de este cineasta, fotógrafo y escritor oscense es alargada, pero sí
vale la pena detenerse en cómo ha sabido reflejar los aspectos antes
mencionados y cuáles han sido, a mi juicio, las claves de su éxito.
Cualquier
trasposición de la literatura a los escenarios debe contar con dos requisitos:
ser fiel al original e introducir algún aspecto novedoso o sello particular del
director. Saura, con innumerables
premios y distinciones a su carrera, cumple con ambas premisas al reflejar los retazos
de realismo mágico, potenciar la carga sentimental de los protagonistas,
retratar la pobreza física y moral de los personajes y esclarecer los dilemas
centrales: alimentar al gallo o al matrimonio. Realmente el resultado final
huele a Gabo. Más interesante, si
cabe, es el aspecto personal. Saura, con
enorme inteligencia, reduce el número de personajes de la novela y mantiene una
templanza, que puede chocar con el fuerte concepto de violencia del autor
colombiano pero, a mi juicio, envuelve a la obra de una paz y lirismo poético.
Esto ayuda, y aquí reside otro de sus aciertos, a que sea el espectador quien
viaje por esta historia, navegue con las digresiones de los protagonistas,
reflexione sobre la vida, la muerte y el honor, y sea él quien extraiga sus
propias conclusiones. En lo relativo, propiamente a las directrices técnicas,
me fascinó la superposición de escenas en líneas paralelas del escenario: en el
proscenio, la acción principal y detrás las consecuencias de las mismas.
Los
encargados de materializar el trabajo de dirección y adaptación son los cuatro
actores y más concretamente los dos protagonistas. Su trabajo es sensacional y,
de nuevo, hay un aroma a la novela. Como ocurre con algunos de los relatos del
escritor colombiano, ciertos personajes carecen de nombre propio y así el
espectador puede especular aún más sobre la obra.
El
coronel famélico “envuelto en polvo”, carcomido por la tristeza y soledad,
soñador, digno y sin emisario es interpretado por Imanol Arias quien vuelve a subirse a las tablas tras La vida a palos (2018). Su personaje, ataviado con su
uniforme, sirve de arquetípico de muchos otros por su visión quijotesca de la
vida y su resignación activa. Este cúmulo de sentimientos, algunos
contradictorios, es interpretado con maestría por un hombre con más de cuatro
décadas dedicadas al teatro, cine y televisión. Arias, con más de 50 películas en su haber, recita su texto con la soledad,
tristeza, añoranza y solemnidad propias del papel y con la tranquilidad y
templanza, cobijada en incertidumbre, de que la carta no llegará. En algunas
escenas quizás ese registro duerma en demasía la acción de la obra, pero
gracias a sus compañeros y a los trances de su personaje en forma de recuerdos
y alucinaciones permiten reconducirla.
A
su lado, le acompaña Cristina de Inza
como la mujer del coronel. A pesar de la enfermedad asmática y de no haber
superado el duelo por la muerte de su hijo Agustín
mantiene fortaleza, arrojo, actitud pragmática y realista hasta que las
circunstancias le hacen romperse. Ambos planos son interpretados de forma correcta por esta
actriz zaragozana con abundantes papeles en teatro (San Bernardo), cine (¿Quién eres tú?) y series televisivas (Amar en tiempos revueltos). De Inza rescata la violencia original
de las líneas de García Márquez,
entendida como la fuerza por vivir y no desfallecer, la cual marida con la actitud
opuesta del coronel. La presencia del gallo, su alimentación y el final del
animal son la principal causa de discusión de la pareja, pues podría
considerarse como un miembro más; sin embargo, no deja de respirarse amor y
dignidad. Ese cariño traducido al lenguaje teatral lo definiría como complicidad
entre actor y actriz. Una esencia más de esta representación.
Los
demás personajes ayudan a completar el relato y a comprender aún mejor la
situación límite del coronel y su esposa. Fran
Calvo se viste de doctorcito, quien ayuda lo más posible al coronel y a su
esposa tanto médica como humanamente, al facilitarte noticias y panfletos
obtenidos de forma clandestina. Este actor, con apariciones en series
televisivas y a quien ya había visto en La
Casa del Lago (2018), tiñe a su personaje de misticismo, además de la
bondad propia de su papel. Por su parte, Jorge Basanta interpreta a dos personajes: Sabas
y el abogado del matrimonio. El primero viene marcado por la despreocupación,
opulencia y usura, mientras que el segundo por la rectitud y parquedad en
gestos y palabras. Ambos registros son interpretados con solvencia por este
actor de amplia carrera en teatro, cine y televisión. Cierra el reparto Marta Molina quien también se desdobla
en el escenario. Da vida a la responsable de correos, a la cantinera y a la
mujer de Sabas. Sus primeros dos
papeles, a pesar de ser secundarios, me fascinaron por su bonhomía, jovialidad
y entusiasmo. También es la encargada de pronunciar el título de la obra, una
de las frases más solmenes del espectáculo.
La
construcción y elementos escenográficos van acorde con el tono intimista de la
obra y, a mi juicio, incrementan su simbolismo y significado. Como no podía ser
de otro modo, dada la pobreza de la pareja, en el escenario reina la parquedad.
Quién mejor que el propio Saura,
experto en artes pláticas, para
encargarse de este y otros elementos como el vestuario y el diseño
escenográfico. Las imágenes proyectadas corresponden a dibujos hechos a mano por
el propio director, sirven para situar al espectador en los diferentes
escenarios (casa del matrimonio, cantina, exteriores del pueblo…) por los que
trascurre la representación y acrecientan la cotidianidad y sencillez escénicas.
Por último, los contrastes lumínicos, el juego de colores cálidos y fríos, por Paco Belda, y las rancheras como hilo musical terminan de encumbrar esta
representación y hacer que la espera valga la pena.
En El coronel no tiene quien le escriba
admirarán la belleza del texto de García
Márquez, apreciarán el lirismo trágico de los protagonistas y disfrutarán de
una sensacional interpretación
Director: Carlos Saura
Basado en la novela de: Gabriel García Márquez
Adaptación: Natalia grueso
Reparto: Imanol Arias, Cristina de Inza, Marta
Molina, Fran Calvo, Jorge Basanta
Lugar: Teatro Infanta Isabel (Calle del
Barquillo, 24, 28004 Madrid)
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