Hace
años corría el falso mito, lo que hoy llamaríamos fake news, de que en el idioma chino las palabras “crisis” y “oportunidad”
compartían los mismos caracteres; por tanto podrían ser considerados sinónimos.
Obviando la etimología comparada, de una crisis sí puede salir una oportunidad;
pues como reza el refranero popular: donde una puerta se cierra, otra se abre.
Esta sabiduría queda reflejada en la asombrosa y novedosa propuesta
representada en los Teatros del Canal.
La
productora Barco Pirata, bajo la pluma de Stefano
Massini, nos invita a recorrer la historia de tres generaciones de la
familia Lehman. Este apellido viene asociado al de una compañía estadounidense de servicios
financieros que desencadenó la peor y más voraz crisis financiera en el mundo,
pero mucho antes de este fatídico hecho fue una empresa familiar fundada por
tres hermanos judíos provenientes de Baviera Henry (Litus
Ruiz), Emanuel (Leo Rivera) y Mayer (Pepe Lorente). Su filosofía de vida responde a la fórmula del ‘hombre hecho
a sí mismo’ y por ello no dudaron en cambiar de negocio, para superar los
contratiempos comerciales, pasando del algodón al café y a otros muchos productos
hasta llegar, si me permiten el coloquialismo, a su pelotazo como banco de inversión,
decisión tomada por los herederos de los fundadores Philip (Víctor Clavijo), Bobby (Dario Paso) y el senador Herbert (Aitor Beltrán). El final de la historia ya lo
conocen. Ahora, les invito a presenciarlo.
Me
produce gran satisfacción y disfrute las propuestas centradas en la innovación donde,
a pesar de conocer la sinopsis de la obra, la capacidad sorpresiva no se ve
mermada. Esta brillante y audaz construcción teatral está en esta categoría. La
ficha del espectáculo lo encuadra en la categoría de comedia musical, pues efectivamente
encontramos humor y música, pero esta definición no termina de reflejar la
grandeza de esta obra documental donde drama y mímica, y sobre todo una
fusión de todo lo anterior, están presentes. Géneros y subgéneros se suceden
con atino, perspicacia, ritmo y acierto, siempre al servicio del relato, no al
revés, con un resultado sobresaliente.
Desde
una mirada fría y teórica, el libreto de Stefano
Massini perfectamente podría ser un
documental pensado únicamente para un público selecto, academicista y con altos
conocimientos en economía, pues hace un fiel recorrido por los 150 años de
historia de un apellido familiar convertido en marca. Sus artífices pasan por
múltiples negocios e incorporan la tecnología existente en cada época: desde la
fuerza del ferrocarril o el fordismo hasta las telecomunicaciones y las más
avanzadas técnicas de marketing directo. Sin embargo, y a pesar de ser cierto
todo lo anterior, el libreto de este dramaturgo y filólogo italiano, posee tal
agilidad, cercanía, carácter didáctico y compagina tan bien el relato interno (centrado
en la historia, con minúscula, de cada uno de los miembros de esta familia) con
el externo (la historia, con mayúsculas, recogida en los libros y contada por
los medios de comunicación) que cualquier persona con mínimo interés podrá
disfrutar de este relato y reflexionar, por qué no, sobre el verdadero valor
del dinero, la deshumanización de las altas instituciones económicas, los
estadios del capitalismo, la especulación o la toma de decisiones en los
consejos de administración.
La
duración de Lehman Trilogy, de más de
tres horas con dos descansos intercalados, puede abrumar sobre el papel; pero,
en ningún momento, tuve la sensación de pesadez o aburrimiento y a juzgar por
las medias sonrisas, los aplausos y las caras de interés de los asistentes creo
que dicha sensación es compartida. El primer, y máximo responsable de este
acierto, es Sergio Peris-Mencheta,
responsable de la versión y dirección. Su aparición en casi una veintena de
series televisivas y trabajos en cine probablemente sea su vertiente más
conocida, y si acuden al teatro asociarán siempre su nombre a esta
representación. La mejor palabra para definir su labor como director es
inteligencia.
Peris-Mencheta juega con los narradores, técnicas y tempos
del relato. Resulta fascinante el cambio del sujeto de la acción y cómo los
actores glosan, anticipan las escenas y sentencian las venideras. En algunos
instantes la primera persona, en la modalidad de narrador protagonista, se
entremezcla con la segunda e incluso con una tercera omnisciente dotando, así,
al relato de un aire poético y juglaresco. En otras obras, esta trasposición de
tiempos y narradores suele implementarse con técnicas como el flashback para
evitar aturullo o pérdida de comprensión del respetable. Sin embargo, la
claridad es tal, que no es necesario ni el uso ni abuso de otros elementos
narrativos. Por otra parte, el espectador, en momentos concretos, también pasa
a ser protagonista de la obra, lo que le permite estar aún más conectado a la
misma.
Los
tempos de la representación son perfectos y, a mi juicio, los ritmos coinciden
con la sensación del paso del tiempo por las diferentes décadas (más lentos en
las postrimerías del XIX y principios del XX y más agiles en el siglo actual). Aun
compartiendo esta regla, el último de los tres actos, coincidiendo con el final
de la función, no termina de convencerme del todo, al no incidir lo suficiente
en las causas y consecuencias de la caída del gigante bancario, si lo comparamos
con el tiempo dedicado a la construcción del negocio familiar. Valoraciones
personales a parte, el propósito inicial está más que cumplido y el paso generacional
muy logrado. Como reza uno de los lemas de la obra, aplicable al trabajo de Peris- Mencheta, “no es suerte, es
técnica”.
El
lenguaje de la música, dirigido por Litus
Ruiz, es otra de las esencias de esta representación. No sería del todo
correcto hablar de una comedia musical, pero sí musicalizada. Las frases
declamadas vienen sucedidas por otras cantadas y viceversa. A esto se suma la
ejecución de piezas, por parte de los mismos actores, con instrumentos como el
piano, la guitarra, el violín o el tambor. Un compendio sensacional aderezado
con las maravillosas polifonías y frases corales del reparto y con ritmos
fuertemente marcados, que hacen honor al subtítulo de la obra: “balada para sexteto
en tres actos”. De nuevo, vemos una correlación entre el tiempo interno del
relato con el externo. La representación comienza con cantos a capela y de
forma progresiva se suceden canciones de origen judío-alemán, góspel, swing,
música clásica, jazz y rock. Las últimas son incluidas en muchas obras; por
ello, me quedo con los rituales judíos, aminoradas con el paso de los años. Este
aspecto guarda una estrecha relación con el sentimiento de pertenencia y el
orgullo asociado al mismo. No deben olvidar que la empresa familiar fue fundada
por judíos alemanes y lo que sucedió en aquel país en los años 30 y cuarenta del
siglo anterior.
Los
artífices de plasmar lo anteriormente descrito son seis actores polivalentes,
polifacéticos y todoterrenos de las artes escénicas, quienes dan vida a más de
140 personajes de toda condición, género y edad. Probablemente estemos ante una
de las mejores y más completas actuaciones del teatro actual. Su trabajo es
fabuloso de principio a fin, sin flojear en ningún momento, con las enormes dificultades
intrínsecas a la obra (extensa duración y complejidad estilística). Su mímica va
en consonancia con el humor fino, audaz e inteligente y la agilidad en sus
movimientos con el ritmo frenético del relato. Un derroche de energía y
profesionalidad a la altura de la icónica fotografía presentada en el programa
de mano.
Resulta
complicado desglosar a cada uno de los seis actores, ataviados con trajes de cada
época supervisados por Elda Noriega,
o destacar algunos por encima de otros porque todos hacen un excelente trabajo.
Además, sus respectivos personajes cumplen un rol específico. La primera generación
de los hermanos Lehman viene de la
mano de Litus Ruiz, quien da vida a
la cabeza pensante (Henry), Leo Rivera, como el brazo ejecutor (Emmanuel) y Pepe Lorente, en su
labor de mediador (Mayer). Algunos
de los momentos de su actuación bien pueden equipararse a sketches de grupos como
Tricicle o Apple Golden Quartet. Frescura, fortaleza escénica e ingenio teatral
son algunos de los atributos de este trío. Le dejan paso a la locuacidad, inteligencia
y erudición de Víctor Clavijo como Philip, a la amplia capacidad
camaleónica y actoral de Darío Paso, como Bobbie, y a la seriedad político-teatral de Aitor Beltrán como Herbert.
En definitiva, un sexteto digno de elogio.
La
construcción escenográfica es otro de los aciertos de esta representación. Curt Allen, al frente de este cometido,
crea una plataforma circular giratoria eficaz y vistosa con un decorado
superior muy relacionado con la temática capitalista. Las entradas y salidas de
los personajes son ordenadas, excepto cuando no deben serlo, y el
aprovechamiento del espacio escénico, con efectos de sombras incluido, es sensacional,
jugando en múltiples ocasiones con las alturas. La implementación de la videoescena,
por Joe Alonso, es correcta aunque
perfectamente podría mantenerse en el tiempo como elemento de ambientación. El
maestro de la iluminación, Juan Gómez
Cornejo, con los cambios de contraste y la preferencia por la luz cenital,
termina de crear un ambiente documental y propicio para narrar un relato de un
apellido convertido en marca.
En Lehman Trilogy conocerán la historia de tres generaciones narrada
con frescura, ingenio, humor y música por seis sobresalientes actores en una asombrosa
y novedosa versión
Autor: Stefano Massini
Versión y Dirección: Sergio Peris-Mencheta. (Lluvia
Constante, Incrementum, El pack)
Reparto: Pepe Lorente, Víctor Clavijo, Darío
Paso, Litus, Aitor Beltrán y Leo Rivera
Lugar: Teatros del Canal (Calle de Cea
Bermúdez, 1, 28003 Madrid)
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