Quizá no haya amor más grande que el amor de una madre hacia sus hijos y, sin ser
esto una regla universal, el sentimiento de cariño es infinito, profundo,
sincero y duradero. Si desean poner voz y rostro a estas y otras emociones,
disfrutar de la adaptación de un clásico y ver un reflejo teatral de la vida
real pueden visitar el Teatro Infanta Isabel.
Los
amantes del cine y prácticamente todos los interesados en la cultura asocian
este título a la película estadounidense de comedia dramática, basada en la
novela homónima de Larry McMurtry,
dirigida, escrita y producida por James
L. Brooks, la cual obtuvo, entre
otros muchos galardones, once nominaciones en nueve categorías de los premios Óscar
alzándose con cinco estatuillas. El teatro, gracias a la dirección de Magüi Mira, permite recordar la vida de
Aurora Greenway (Lolita Flores),
una madre viuda de relación estrecha pero controladora con su hija Emma (Marta Guerras). Deseosa de escapar de la casa y de la sobreprotección
materna, decide casarse con un joven profesor universitario Flap Horton (Antonio Hortelano)
y comenzar una vida juntos. Con el paso del tiempo, y ya con una hija, los problemas
económicos y emocionales afloran en el matrimonio aunque provoca un mayor
acercamiento y apoyo emocional entre las dos madres. Además, la matriarca comienza
un romance con su vecino, el astronauta retirado Garrett (Luis Mottola). Las
desgracias continuarán cerniéndose sobre estos personajes pero siempre les
quedará La fuerza del cariño.
La
duda eterna cuando un espectador decide acudir al teatro es si debe optar por
una obra cómica o dramática, quizá la respuesta pueda estar influenciada por su
estado de ánimo. No obstante, esa diferenciación entre géneros cada vez es
menor y la mejor prueba de ello es la obra melodramática producida por Jesús Cimarro. Al leer la anterior sinopsis,
más aún después de haber visionado la obra, es fácil sentirse identificado con
algunas de las escenas. Muchas de ellas forman parte de la vida normal de una
persona. Aquí tenemos las primeras virtudes de esta representación: ser un
espejo de lo cotidiano y común y proyectar valores humanos. Por este motivo,
felicito a Magüi Mira, actriz de más
de una quincena de obras teatrales y Medalla al Mérito de las Bellas Artes (2016),
por embarcarse en este proyecto; pues a mi juicio uno de los fines del teatro,
más allá de grandes escenografías y apabullantes efectos sonoros, es ser un
reflejo de nuestra existencia, la cual está formada por instantes cómicos y por
situaciones dramáticas. Qué bien define esta reflexión la directora en el
programa de mano: “Estos cuatro seres, a pesar de sus grandes diferencias,
celebran la vida de cada día.”
Una
de las mayores dificultades en traducir una obra extranjera es adaptar el
libreto a la realidad cultural del país para hacerlo propio. En esta ocasión, dicha
trasposición es perfecta y el espectador podrá disfrutar de divertidos juegos
de palabras con dobles sentidos, de gags y de diferentes tipos de humor. Mira, al frente de la dirección de
obras como Las amazonas (2018), Consentimiento
(2018) –por la que recibió el Premio Valle-Inclán de Teatro–o La velocidad del otoño (2017), decide
comenzar y encaminar la representación desde un prisma cómico otorgando a la función
de un ritmo ágil, ligero, divertido y algo superficial. Como ella misma define,
“(los personajes) transitan la vida veloces, con un corazón trepidante que
apenas les permite gozar del fondo hermoso y profundo del paisaje”. Esto
permite el divertimiento del espectador y, también, una catarsis inesperada
cuando el tono cambia.
Poco
a poco, y de forma silenciosa, la obra adquiere tintes dramáticos, la
representación se ralentiza, “la vida tiembla y el temporal se lleva la ropa y
(los personajes) tiritan de frio. El viaje se detiene”. Gracias a esta
variación en el género podemos extraer lecciones tanto teatrales como vitales.
Estas últimas se las dejo a ustedes. Con respecto a las primeras queda aún más
meridiano el elemento central de la representación: la incomunicación entre los
personajes, principalmente entre madre e hija y su reflejo en las relaciones
entre ellos. Lo trágico y la forma de interrelacionarse otorgan a la obra de un
carácter simbólico adquiriendo especial relevancia elementos como el teléfono o
la disposición de los dos actores y actrices en escena. La magia del teatro
permite trazar una línea vertical imaginaria, traspasable o no, en función del
momento por un reparto omnipresente ubicado a ambos lados del escenario. Otro elemento
simbólico muy valioso.
La
actuación de los cuatro artistas va, como no puede ser de otro modo, en
consonancia con la fusión de las dos categorías teatrales antes expuestas. Considero
pertinente, dada la carga de humanidad y realismo de la obra, destacar el
elemento subtextual, entendido como aquello que está por debajo del personaje
teatral, al significado profundo y que da sentido al papel interpretado; en
definitiva, responde al “por qué”. Este ingrediente teatral es bien
interpretado por el elenco y ayuda a los espectadores a entender las reacciones
de sus respectivos personajes; si bien, observé una cierta sobreactuación en los
primeros compases de la obra.
Como
afirmaba, el peso central recae en las relaciones materno-filiales entre Aurora y Emma. La madre omnipotente, sobreprotectora y aguerrida es
interpretada por la gran Lolita Flores,
quien puso el listón muy alto en el
papel protagonista de Fedra (2018). En
esta ocasión la curtida actriz de teatro, cine y televisión vuelve a regalarnos
su fortaleza y arrojo escénico y su buena adaptación en los cambios de registro
–más segura en los momentos cómicos– pues los espectadores podrán observar su
realismo y emotividad, sin filtros, al recitar su texto en el papel de madre y
su histrionismo e hilaridad en los instantes más surrealistas. No pasa
desapercibido el vestuario, diseñado por el maestro Lorenzo Caprile, elegido para la mayor de los hermanos Flores: un camisón blanco de lencería atrevida
y fina. Quizá para dar una imagen de madre y abuela fuerte y pura.
A
su lado, bien por teléfono o bien acurrucada en el nido materno, está Emma a quien da vida Marta Guerras, quien a pesar de su juventud
cuanta con gran bagaje en teatro (La
Comedia de las Mentiras, 2017), cine (Mi
gran noche, 2015) y series televisivas (Bandolera
2010,2012). Precisamente vi a esta actriz en la anterior obra teatral
mencionada y me quedé con ganas de más. Objetivo conseguido. Guerras nos ofrece una expresividad
bárbara con una marcada y transparente gestualidad facial y corporal en un
personaje que pasa de la mayor de las felicidades a la más postrera de las
tristezas. Un papel profundo y oportuno para la reflexión de los presentes y
para el fuerte aplauso a esta actriz madrileña.
Los
papeles masculinos sirven para entender y complementar la vida de estas dos
mujeres. Por un lado, Antonio Hortelano se
viste de Flap, profesor universitario
y marido de la joven protagonista. He visto en numerosas ocasiones a este actor
valenciano (Burundanga, 2011 y Venus, 2018) y este es su papel más extraño
con tintes grotescos al tener que imprimir un aire bohemio y erudito a un
personaje lento, torpe en sentimientos y aparentemente servido en lo personal y
profesional. Hortelano, sabe cómo
hacerlo y está correcto en este difícil papel. Por su parte, Luis Mottola se viste de Garret un astronauta retirado, soberbio
y perdido en el mundo de los humanos. Los últimos trabajos de este polifacético
actor y formador argentino han estado muy relacionados, precisamente, con Lolita Flores, tanto en Fedra como en Prefiero que seamos amigos, quizá por eso pueda notarse una gran
complicidad en escenas tanto sensuales como cómicas. Su relación en el
escenario me recodó al género de la alta comedia contemporánea caracterizado
por el flirteo, la conquista y la seducción. Además, Mottola aporta un toque de surrealismo con el personaje en sí mismo,
las entradas y salidas y su buena actuación cargada de vis cómica.
Los
elementos escenográficos y técnicos van en consonancia con el carácter simbólico
de la representación. Los primeros, diseñados por Curt Allen Wilmer, sorprenden por su parquedad y
obscurantismo. Al lado izquierdo preside
el escenario una cama de grandes dimensiones (lugar donde todos nacemos y
morimos), al derecho una escalera (donde cada peldaño es una nueva fase o nivel
de conciencia hasta llegar al cielo) y en el foro del escenario una sucesión de
puertas. No hubiera sido desdeñable haber sacado más partido a la parte superior
con el uso de la videoescena para, por ejemplo, conocer más información de los
protagonistas en sus saltos temporales. En el apartado técnico todo fluye a la
perfección, desde el espacio sonoro, por Jorge
Muñoz, hasta el diseño de iluminación intimista con juegos de luces y
sombras por José Manuel Guerra. Las
mismas luces y sombras que tiene esta honda historia de vida llevada al teatro.
Un canto a la vida en una obra humana, profunda
y emotiva donde la comedia, el drama y el buen hacer del reparto confluyen para
enseñarnos La fuerza del cariño
Alberto Sanz Blanco
Periodista
Autor: Larry McMurtry
Directora: Magüi Mira
Reparto: Lolita Flores, Luis Mottola, Antonio
Hortelano y Marta Guerras
Lugar: Teatro Infanta Isabel (Calle del
Barquillo, 24, 28004)
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