¿Está
usted seguro de ser quien dice ser? ¿Confirma, realmente, ser el lector de
esta crítica teatral? ¿Podemos inferir, por tanto, su gusto por la cultura en
general y por el teatro en particular? Tanto si ha contestado de forma
afirmativa a alguna de estas cuestiones como si ha dudado en hacerlo, le invito
a visitar el Teatro Español para observar que no solo usted puede tener problemas de
identidad.
Sébastien Thiéry, autor del libreto, nos invita a
ser parte de la familia formada por el señor (Javier
Gutiérrez) y la señora Carnero (Cristina
Castaño). Como una noche más, cenan
de forma tranquila hasta que una llamada telefónica perturba su serenidad. No
por el hecho del sonido, sino porque el matrimonio no tiene red fija en
casa. El interlocutor pregunta por un tal Schmitt. Esta cuestión será el
comienzo de múltiples y sucesivos acontecimientos extraños, al darse cuenta de que
su ropa no es la suya, sus libros no son sus libros y sus cuadros parecen haber
cambiado. En su tarea por aclarar su personalidad entrarán en juego un
psiquiatra y un agente de policía (Quique
Fernández), aunque todo volverá a implosionar con el personaje interpretado
por Armando Buika ¿Realmente son el
matrimonio Carnero? ¿Será todo una conspiración contra ellos? ¿Será real su
realidad?
Las
anteriores preguntas nos permiten hablar de la categoría teatral de thriller
psicológico, también acompañada de la comedia ficcional con tintes
surrealistas e incluso de la tragedia existencialista, desarrolladas todas
ellas a continuación. Como ven, estamos ante una obra de gran riqueza donde la
división primitiva de comedia y drama queda desactualizada. Esta brillante y
apasionante idea viene del ingenio del condecorado dramaturgo francés Sébastien Thiéry. Saben ustedes que las anécdotas son más recordadas que algunos
hechos; por ello, quizá asocien el nombre de este actor con la protesta en forma de desnudo
integral en la entrega de los premios Molière. Si me permiten la
analogía, en esta representación también hay un desnudo mental de los
protagonistas al ser despojados de su personalidad. Thiéry redacta una obra existencialista y de enorme carga
psicológica–si profundizamos podemos extraer múltiples teorías de la rama social
de esta ciencia como la de la atribución o la de la disonancia cognitiva–
diluida, quizás en demasía, en el humor absurdo e inteligente donde la batalla
entre lo ficcional y real no tiene un claro vencedor, siendo ambas compatibles
al espectador para dar una respuesta plausible a lo representado en escena.
Sergio Peris-Mencheta,
a mi juicio uno de los directores más lúcidos e inteligentes en el panorama
teatral como ya lo demostró en la obra musicalizada The Lehman Trilogy, es el encargado de materializar lo
anteriormente expuesto. En esta representación son muchas las dificultades y
decisiones a abordar; pues no debe olvidarse que la pareja protagonista va
siendo consciente de sus inverosímiles desdichas a la par que el espectador. En
la labor direccional más pura, Peris-Mencheta –actor en una veintena de
películas y numerosas apariciones en series televisivas– sitúa al reparto de
forma inteligente y aprovecha todo el espacio escénico propiciando vistosas y
contundentes entradas y salidas de los actores.
La
mayor complicación, a mi juicio resulta con acierto, es clarificar las
categorías teatrales antes mencionadas, mientras de forma sutil van fusionándolas.
Dicho de otro modo, Peris-Mencheta
toma el pulso de la representación con un ritmo ágil, y en ocasiones
vertiginoso, en un clima de sugestión y suspense al mantener al espectador a la
expectativa, en un estado de tensión (thriller). Mientras tanto, envuelve el
relato en lo ilógico, extravagante e irracional, que nos recuerda a obras del
teatro del absurdo como La cantante Calvadel maestro y precursor Eugène Ionesco. Además, consigue proyectar en la pareja
protagonista la sensación de seres incomprendidos con una concepción particular
de la vida, característica muy propia del drama existencialista. ¿La
conclusión? Una obra donde, como la vida misma, el final es abierto y depende
de las gafas elegidas por el espectador. En definitiva, un cóctel heterogéneo
pero armonizado de géneros y subgéneros al servicio de la representación como
el elemento diferenciador de esta obra y el principal valor añadido
de la representación.
En
¿Quién es el señor Schmitt? Los
responsables de pasar de las musas al teatro son el quinteto de actores, todos
ellos a un alto nivel interpretativo y ataviados con un vestuario realista a
cargo de Elda Noriega. La trama señala como protagonistas a Juan Andrés y Margarita Carnero. El primero es interpretado por un
gran Javier Gutiérrez. Este archiconocido
actor, ganador de dos Premios Goya por sus interpretaciones en La isla Mínima y El autor,
se viste de un hombre perturbado ante las incongruencias hasta perder casi por
completo su identidad y dudar si adoptar la del misterioso señor Schmitt. Gutiérrez destaca por su expresiva gestualidad facial y corporal y otorga una gran
carga de verdad a su papel, incluso en los instantes de mayor desconcierto. Su personaje,
a mi juicio el más complejo, transita entre el rol del inocente bufón y del
triste e incomprendido antihéroe; ambas personalidades interpretadas a la
perfección.
A
su lado, casi sin despegarse, Cristina
Castaño –multinominada actriz de teatro (Cabaret), cine (Lo dejo cuando quiera, Bajo el mismo techo) y televisión (Toy Boy, La que
se avecina) encarna a una
mujer de apariencia tranquila. En los primeros instantes sobresaltada y
superada ante la confusión de la identidad pero luego moldeable y de fácil
adaptación a la misma. La mejor metáfora para definir su gran actuación es la
formulada, precisamente, por su personaje “dejarse llevar por la corriente como
un salmón”. Castaño también nos deja
ver su vis cómica envuelta, en esta ocasión, en cierta tristeza y melancolía supeditada al cuidado y aceptación su su marido. En este punto, el tándem entre
actor y actriz me gustó especialmente tanto por el juego de roles, como por la
comicidad entre ambos y por sus miradas cómplices.
Por
su parte, Quique Fernández deslumbra
en su doble faceta de detective y psiquiatra. Esta última ocupa un lugar
central y aumenta el humor absurdo de la representación. La aparición de Armando Buika supone un revulsivo y marca el culmen de lo surrealista. Como hecho excepcional y
para no adelantar nada no diré a quién da vida, pero estoy convencido que
causará gran sorpresa al espectador, quien espero esté atento a su última
alocución en forma de monólogo la cual apuntala y sentencia ¿Quién es el señor Schmitt? Por último, Xabier Murua, actor de enorme trayectoria, hace las veces de portero en
una aparición testimonial.
En
teatro, el cómo es tan importe como el qué. Esta norma es bien conocida por Curt Allen Wilmer, uno de los mejores
escenógrafos del teatro contemporáneo. En esta ocasión, sin dejar sus rasgos hiperrealistas
y psicológicos con marca de la casa de la productora Barco Pirata, recrea un salón diáfano, lugar central de la representación. Su
inteligencia coincide con la de Peris-Mencheta
y apuestan por situar un escalón en la puerta de entrada que nos deja juegos de
alturas muy interesantes. En el clima de suspense imperante, invito a
los espectadores a permanecer muy atentos a los cambios de decorado y de
disposición de los elementos, y hasta aquí puedo leer. Movimientos muy bien
acompasados gracias al diseño de luces de Valentín
Álvarez y al buen hacer de
todo el equipo.
Una propuesta
inteligente, conformada por humor absurdo, situaciones surrealistas de enorme
intriga y un sensacional reparto donde descubrirán, o no, ¿Quién es el señor Schmitt?
Alberto Sanz Blanco
Periodista
Autor: Sébastien Thiéry
Director y
versión: Sergio Peris-Mencheta
Reparto: Javier Gutiérrez, Cristina Castaño,
Quique Fernández, Armando Buika y Xabier Murua
Lugar: Teatro Español (Plaza Santa Ana,
Calle del Príncipe, 25, 28014)
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