Alguien
perfecto carente de defectos y excelso de virtudes no existe, pues de ser esto
cierto no hablaríamos del género humano. Ahora bien, ¿hasta qué tacha podemos
perdonar a una persona? Y, ceñido al ámbito de la vida pública-política ¿dónde
está la línea del contador de la corrupción? ¿Un error del pasado puede o
debería marcar el presente y futuro de una persona? No sigan haciéndose
preguntas y acudan al Teatro Príncipe Gran Vía en busca de respuestas y
dispuestos a disfrutar de un clásico con actores actuales.
La
pluma de Oscar Wilde es fina y alargada
y ahora perfilada gracias a esta versión de Eduardo Galán y a la puesta en escena de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Con ellos y bajo esta producción de
Secuencia 3 viajamos al sombrío Londres de los años 60. Sir Robert Chiltern (Juanjo Artero) acaba de ser nombrado ministro de Asuntos Exteriores y
junto a su esposa Lady Chiltern (María Besant) celebran una fiesta en su
casa para celebrar su medio siglo de vida. Esta unión es el prototipo de
matrimonio ideal y él un político intachable y perfecto caballero. Este traje
será manchado con la irrupción de la perversa y cautivadora periodista Mrs. Cheveley (Candela Serrat),
dispuesta a revelar un obscuro, corrupto y pasado secreto, del nuevo ministro,
sobre el cuál forjó su admirable carrera política, su fortuna y su matrimonio,
si este no cede a sus ambiciosas exigencias. Ante esta amenaza pide ayuda a su
consejero personal y amigo Lord Arthur
Goring (Dani Muriel), visto por
la sociedad como un dandi de alma libre y de quien está perdidamente enamorado Mabel Chiltren (Ania Hernández). Un relato donde la política, la ética y la ética
política serán determinantes y donde la comedia ácida, cocinada a fuego lento,
a ritmo de thriller podrá amargarse con él te inglés y quien sabe si con una
revolución en la vida de estos personajes.
Mencionar
el nombre de Oscar Wilde es hablar
del dramaturgo irlandés más destacado de todos los tiempos y caracterizado por
su profundo y agudo ingenio reflejado en multitud de obras notables como El retrato de Dorian Gray o La importancia de llamarse Ernesto y
frases célebres. En cada una de ellas fue dejando una sutil muestra de cómo
entendía las distintas parcelas de la vida y cómo fueron para él. En Un marido Ideal, obra pensada para
teatro, Wilde habla sobre las
apariencias, la hipocresía, la destrucción de la integridad y la corrupción
política y moral bañadas en la ambición del poder. Puede sonar tópico el dicho
de la historia se repite, pero efectivamente estos temas 120 años después de su
estreno siguen presentes en nuestra sociedad y podemos poner rostros y nombres
de personajes actuales.
Esta
idea original es reflejada con excelencia, fidelidad y pertinencia por Eduardo Galán, responsable de la versión y, precisamente, va en la línea de
la teoría del espejo para ver nuestra sociedad reflejada. En el programa de
mano, este polifacético dramaturgo recuerda cómo términos como estafa o
corrupción siguen copando las conversaciones mundanas y cómo la clase política
dirigente lejos de ser una solución se ha convertido en un problema y ha ido
forjando una “cultura” alejada de la honradez. Solo a través de la distancia, de
personajes tan bien construidos y reducidos para tal fin podemos, y les invito
a hacerlo, realizar una radiografía del presente. En definitiva, Galán como experto adaptador (Tristana, Alejandro Magno o El lazarillo
de Tormes) cumple los dos postulados básicos: ser fiel a la idea
original del texto y aportar una versión moderna y actualizada de la misma;
pues como él mismo reconoce “Aquí no se libra nadie”. En el terreno cómico, no
deben olvidar que nos encontramos ante una comedia, el espectador esbozará una
sonrisa con las ingeniosas frases y el sutil y corrosivo humor británico. Ahora
bien, y aunque pueda sonar políticamente incorrecto, el sumun hiperbólico de
este tipo de comedia me resultó un tanto irritante porque el humor castizo
español ha demostrado que el pragmatismo no está reñido con la erudición.
Siguiendo
la cadena lógica teatral, Juan Carlos
Pérez de la Fuente recoge todo lo anteriormente expuesto y con su batuta
direccional crea (porque los directores también crean) escenas ágiles, de ritmo
y planos cinematográficos y de enorme intriga. Tanto el libreto como la propia
representación de Un marido ideal tienen
una apariencia de sencillez y fluidez, pero esta capa teatral externa no es la
más interesante de analizar. Resulta más jugoso hablar del enorme simbolismo
puesto en escena por este multipremiado director al frente de más de una decena
de obras como La vida es sueño, Oscar o
la felicidad de existir o El mágico
prodigioso. Destacan las escenas paralelas y superpuestas a ambos lados del
proscenio con saltos de acción en las conversaciones de los protagonistas, pero
sobre todo el ritual de entrada y salida de los implicados, supervisado por Mona Martínez. El director, Pérez de la Fuente, muestra con belleza
estos rodeos del reparto, algunos coincidentes con el cambio en los cuatro
actos, quien sabe si como externalización se sus pensamientos dudosos y
esquivos, y ayuda a incrementar el clima de tensión, aunque quizá mantenido en
el tiempo pueda crear cierto hastío en el espectador. En definitiva, estamos
ante una dirección milimetrada, efectiva, vistosa y suntuosa con olor a Wilde.
Los
artífices de pasar del plano textual al teatral son este quinteto de actores y
actrices, ataviados con vestimentas de la época diseño de Adnan Al-Abrash, cuyo trabajo roza el sobresaliente. Las miradas
están puestas en el protagonista del relato, a pesar de un pertinente reparto
coral imputable tanto al adaptador como al director de la obra. El político del
momento, Robert Chiltern, prototipo de perfección en todas las facetas es
interpretado por un gran Juanjo Artero.
Este nombre es conocido por todos e indisociable a papeles en series
televisivas de enorme éxito como El
comisario, Amar es para siempre o
Servir y Proteger, además de contar
con experiencia sobre las tablas con más de una veintena de obras. En esta ocasión,
su personaje mantiene un perfil lánguido y abatido no muy atrayente, aunque Artero sepa conducirlo con inteligencia
y lo transforme en emotividad, a veces cercano al llanto, dramatismo, reflexión
y profundidad, en el que quizá sea su último desafío teatral. A su lado, sin
despegarse, encontramos a Gertrudis Chiltern, a quien da vida María Besant. Su personaje viene
marcado por una moralidad victoriana e intolerante y de actitud aprovechada y
manipuladora. Este perfil impertérrito y punzante es interpretado de forma
magistral por esta actriz especialista en teatro clásico con papeles en El Perro del Hortelano y El Alcalde de Zalamea.
Si
en los primeros párrafos hablaba del engaño de las apariencias, tanto el
personaje de Lord Arthur Goring como
la actuación de Dani Muriel son un
excelente ejemplo para desterrarlas. Su papel se mueve en dos naturalezas: la
inteligente inocencia para ayudar a su amigo y la frivolidad del dandi como
método de conquista. En los primeros compases solo vemos este último plano y
quizá el espectador piense que Muriel
va a estirar y apoyar su actuación en su penetrante mirada, sus llamativos
movimientos corporales y su gracioso hedonismo, pero nada más lejos de la
realidad. Con el paso de las escenas vemos al actor de La cena, La Mecedora o Las heridas del viento cómodo y
resolutivo en su faceta de ayudante. Además, también recae sobre él las ingeniosas
frases del escritor, poeta y dramaturgo pronunciadas con sutileza y hondura por
Muriel. Cualquiera diría que este
personaje es el trasunto de Oscar Wilde…
Todo
relato debe contar con un elemento desestabilizador y propiciador del conflicto
y ese es el papel de Candela Serrat, como Laura Cheveley, la corresponsal de “The Times” en París de
intereses espurios, quien sacará a la luz la financiación de origen corrupto
del político ideal. Los adjetivos negativos asociados a su personaje son
transformados en positivos por la buena y profunda actuación de esta actriz barcelonesa
formada en teatro clásico. Su desenvoltura, vehemencia y contundencia marcarán
los tempos de la representación y el final de la misma, con cambios repentinos
en la trama. Como antes hice hincapié hablamos de una comedia y como tal debe
contar con un personaje cómico, libre, correveidile y sin ataduras como el
interpretado por Ania Hernández como Mabel Chiltren, hermana de Sir
Chiltern enamorada de Lord Goring, el cual finalmente le pide
matrimonio.
El
simbolismo antes mencionado está presente en la construcción escenográfica del
mismo Juan Carlos Pérez de la Fuente,
quien aprovecha de forma perfecta la forma ovalada del escenario con escasos y
lujosos elementos en escena, como recreación del poder adquisitivo del
matrimonio, y un micrófono como altavoz para verbalizar y quedar constancia de
unas palabras quizá vacías. Destacan las ilustraciones verticales ubicadas en
el foro, especialmente las columnas de estilo griego, y una escultura que conmemora
las victorias británicas en las Guerras Napoleónicas. Una victoria que en el
caso de nuestro personaje pueda ser pírrica. La iluminación de José Manuel Guerra es adecuada al
tiempo interno y externo de la representación, como la música original de Tuti Fernández adecuada para cada instante.
En definitiva, una ambientación técnica, lumínica y sonora a la altura del
genio inglés.
Un clásico de sangrante
actualidad con escenas ágiles, de ritmo
y planos cinematográficos y de enorme intriga interpretado con maestría donde quizá
divisen a Un marido ideal
Periodista
Autor: Oscar Wilde
Versión: Eduardo Galán
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Reparto: Juanjo Artero, Dani Muriel, Candela
Serrat, María Besant, Ania Hernández
Lugar: Teatro Príncipe Gran Vía (Calle de
las Tres Cruces, 828013)
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